Cuando termina un poema...

Mi reflexión es taciturna, como mis últimos días, pero sólo puedo pensar que todo esto es un pequeño espasmo antes de una seca eternidad.

Son las cuatro de la mañana y mi mamá entra a mi cuarto gritando que ya se acabó el poema, que al fin lo terminó, que ya confirmaron que lo terminó. Fueron muchos años, sí.
En la casa todos comenzaron a llorar; mis hermanas al principio no lo creyeron. Yo no interpreté el mensaje. Mi recuerdo de esa mañana es estar recostado en la cama mirando el techo mientras muchos se sonaban la nariz, se abrazaban y hablaban. Estaba pensando sobre la noticia con la que mi mamá me despertó. No supe donde empezar para analizarlo. No pregunté ni cómo ni donde. Pasó una hora y mi papá entró llorando a mi casa. Abrazó a todos. Yo me levanté de mi metamórfica reflexión, abandonando mi crisálida de sábanas y silencio. Lo abracé muy fuerte, y el me abrazó con suavidad. Estaba muy agitado.
Luego me acosté en silencio. La lluvia comenzó tenuemente a golpear el techo de mi casa.
Ya eran las siete de la mañana. Recién comencé a darme dimensión de lo que es terminar un poema tan sincero, es decir, ¿Qué te sucede luego? Ese vacío es la nada, me dije. Es en vano pensar qué es lo que sucede después, porque la nada es no sentir. Me lo imaginé atrapado en la nada y llorando. Pero naturalmente es imposible estar en la nada, porque la nada tampoco alberga. Luego de eso por fin lloré. Muy despacio, ahogándome en un silencioso retorcijón que se alimentaba de la inmensa idea de perder algo realmente irrepetible. Lo sentí perdido en un espacio oscuro sin límites. Luego me acongojé más, porque ya no existe, ya terminó de escribirlo y nunca va a volver y desapareció de toda forma; ya no puedo ni confiar mi tristeza a ninguna manifestación. Abracé el ruido del agua al golpear el techo y me relajé. Soñé con lluvia. O quizás no dormí.

Estábamos yendo para Hudson, donde lo cremaban. No pusieron música ni hablaron en todo el viaje en coche. Cuando me bajé y pisé por primera vez un cementerio sentí ganas de llorar (en frente de la gente). Me aguanté, fue un golpe leve (en el momento pensé que era lo mas fuerte, pero no me dí idea)
Abracé a todos y me dijeron que fue un lindo poema, muy grato haber estado dentro de él, de haber tenido la suerte de escucharlo y eventualmente ayudarlo a escribir. Saludé a todos, en silencio. Había que esperar que en el lugar nos digan a donde ir, así que esa hora la gasté mirando lo lindo que era el lugar a donde fuimos. Era un jardín enorme con muchos árboles y puntos separados unos de otros de flores, emergidos del pasto cortado. Fuimos colina arriba, donde estaba la sala de despedida.
Nos daban café. Me dije a mis mismo que poner café ahí era una buena idea, porque a nosotros nos toco ver terminar el poema muy temprano. De cualquier manera luego de escuchar eso uno ya se olvida de la sensación del sueño, sino que implora descansar de la respiración onda, los ojos entrecerrados y continua asociación al final, el amor, la tragedia, la lírica, el pasado, los recuerdos, los bailes, las charlas, las ideas y que los próximos abrazos son intangibles, por el resto de mi vida.

Qué alevoso es ver tantas flores, árboles y prolijidad; tanta vida, en un lugar donde siembran muerte, donde exponen poemas particulares para cada familia: enterrados, escondidos, pulverizados. Ahora la vida se nutre del desorden que devuelven esos poemas; los árboles dan sombra y frescura a otros poemas.
En el aire se siente la tragedia, que cae al suelo, donde pusieron asfalto y una sala con una puerta muy grande donde exhibían un ataúd bastante pequeño. Entonces lloré, lloré mucho, no lo pude contener. Lloré porque me dijeron que en ese pequeño ataúd estaba lo que quedó de la pluma que escribió ese poema, una pluma muy grande para entrar ahí, y luego, por fin, asocié lo trágico que es no poder involucrarse mas en esa poesía tan longeva y tan bonita, entonces pues, fue cuando después de mucho tiempo escuché a la gente rezar.
"La vida de uno no es de sí sinó del señor"
Nunca lo había pensado, pero al escuchar al hombre de túnica, comprendí que la vida no es de uno, sino que mientras permanezca el orden dentro de nuestro cuerpo nosotros gozamos de ese lapso para escribir ese poema, pero cuando nuestro cuerpo sucumbe al desorden, no hay vector para nuestra manifestación y todo se acaba, porque nosotros somos el producto de la cooperación de todo lo que nos compone.

Fui el último en salir de la sala. Antagónicamente le susurré al cajón de madera que lo admiraba mucho.

Quizás sea un desvarío, pero creo que toda esa tétrica ceremonia es para hacer llorar a la gente y que vuelvan a sentirse bien, porque después de un largo tiempo me sentí mejor al acongojarme y purgar todos mis sentimientos.

A partir del duelo, pude comprender que la tristeza es otra manifestación del desconocido orden interior y que no hay manera de frenarla o anticiparla. Dejarla brotar es la forma mas sensata de vivir.


En el futuro incierto de mi recorrido, mientras dure la parte física que me permite vivir, voy a recordarlo siempre como alguien que no le dió miedo conocer el mundo, y más aún, alguien quien disfrutó del evento de mi compañía como un momento único.




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