Del otro lado.

A veces es difícil no echarse la culpa, pero hay cosas que están podridas desde antes que alguien tuviese la oportunidad de cambiarlas. No muchos lo tienen en cuenta .

Santiago tenía la recurrente pero incompleta idea de que su madre estaba mal, en parte, por él. Quizá con 14 años todavía es muy temprano para ser criterioso, pero él intentaba serlo, porque de lo contrario estaba obligado a creerse todo lo que su mamá le gritase en sus ataques depresivos. De cualquier manera, nunca tuvo un rencor sincero hacia su mamá. Debido a la exposición a situaciones complicadas y muy tristes, Santiago encontró la forma de indagarse así mismo sobre temas muy profundos.
Una vez vió un documental por la televisón que hablaba sobre la incapacidad del cerebro para crear cosas nuevas, simplemente retocaba algún recuerdo y hacía combinaciones de todos ellos para inventar algo nuevo. Por eso, él se detenía a pensar cómo serían esas cosas nuevas, esas que no podemos imaginar. Su mente vagó por ese pensamiento durante un tiempo largo; su tristeza junto con su imaginación, lo confundían hasta abstraerlo y hacerse preguntas poco usuales.
 Bajo la óptica de Santiago, muchas de las cosas que pensamos del mundo, son la simple repetición de algún otro pensamiento y que la inspiración inicial, es un misterio.
Con esta curiosidad latente, Santiago, comenzó a indagarse sobre qué le sucedía a su mamá. Sus preguntas se respondieron completamente tras encontrar algo muy particular...

Su hallazgo se dio lugar gracias a una serie de casualidades. Comenzando por una situación que tuvo con su mamá el mismo domingo, temprano, durante la mañana. Santiago había despertado, después de no dormir bien, ya que escuchó pelear a sus papás durante la noche. No supo de qué discutían, sólo escuchó gritos. Para esos momentos la mejor opción son los auriculares o como último recurso envolver su cara en almohadas.
La mañana, que se le hizo tan pesada por el sopor, lo tenía casi extraviado, por lo que después de desayunar se levantó de la mesa y dejó toda la vajilla que usó, descansando sucia y olvidada sobre el mantel . Luego fue a la computadora. Desde el living, que estaba a 20 metros de un pasillo angosto, de la cocina, escuchó un alarido. Como un llanto de alguien que se enoja y no puede lidiar con la impotencia. Fue a la cocina para ver qué había pasado. Estaba su mamá arrodillada en el suelo, vestida con un pijama; estaba despeinada y parecía tener el catarro propio del llanto. Se agitaba sola en el suelo, casi en silencio.
Santiago, luego de ver con los ojos bien abiertos a su mama llorar en el piso, le preguntó si estaba bien. Casi inmediatamente, la mujer se le acerca despacio, con movimientos errantes y una mirada consternada. Se detiene un momento, toma aire y le grita con mucha fuerza que no, que cómo iba a estarlo si no lo ayudaba en nada, si se cagaba en ella, si lo único que quieren todos en la casa es verla mal y sufriendo, pero todo se iba a acabar, porque la solución es morir y si todo sigue así me voy a matar, me van a matar, porque es lo que quieren.

Santiago vivió la secuencia muy lentamente, sintió el tiempo como nunca antes, palpitó la objetividad, el desamparo, la sensación de que nunca iba a olvidar ese par de ojos tambaleantes. Y así, asustado y decidido, fue a buscar su bicicleta. No se hizo esperar para sacarla a andar por Parque Leloir, un lugar de casas grandes y pintorescas, que tienen aspecto de crecer en medio de un bosque muy viejo.
 El sol brillante lo acarició en su tan inspirada pedaleada. No paró sino hasta llegar al barrio escondido entre árboles tupidos y calles de tierra. Tuvo un tramo relativamente corto, ya que él vivía en Castelar, por lo que el camino que pedaleó pensando en su madre no fue sinó breve.
En un vago intento por entenderla, pensó seriamente el hecho de suicidarse; de quitarse la vida como la alternativa a sofocarse en todas las luces de la vida, añorar tantas mentiras que la única realidad que complace es la que no existe.
Pero realmente, se preguntó ¿Como sabe qué hay después de la muerte? Está muy porfiada de que la vida es el problema y no ella. ¿Qué tal si muere y perpetúa su agonía para siempre?
¿Qué sabe ella sobre lo que hay del otro lado?
Con esa pregunta en mente, entró a Parque Leloir dando la vuelta a la colectora del Acceso Oeste. Una vez dentro no sabía qué parte recorrer, ni por donde ir. Se acordó lo que le habían dicho una vez, de que Spinetta había grabado un disco en una quinta sobre la calle Cielito. Con muchas ansias de encontrar el estudio de grabación se empeñó en buscar la calle. Una vez hallado el corredor, constituido por tierra y cascotes, lo transitó en su mayoría. Digo en su mayoría, pues no encontró el estudio, ni algún tipo de rastro sobre la presencia del flaco en ese barrio. Frustrado, recorrió azarosamente las calles cercanas. Andaba lento, sin ganas; arrastrando la pesada y triste sensación de sentir al viaje más hogar de lo que es su casa.
La casualidad, dada por la búsqueda fallida del estudio de grabación, le dió oportunidad para pasar por la vereda, tan destruida como misteriosa, de una casa escondida entre un mar de pasto verde y cedros. Santiago quedó obnubilado, no sabía bien porqué, pero la idea de que en Parque Leloir exista una casa con esa pinta de abandonada, le fascinaba. El portón de la casa lucía como si alguna vez, debajo de toda esa suciedad y óxido, hubo una entrada que le había sido imprescindible mostrarse ostentosa y llamativa. Viendo el diseño con el que se forjaron los barrotes que la componían, llegó al suelo, donde vió un libro, no muy grande, posado entre la maleza. El cuaderno estaba atado con una soga, aparentemente para mantener sus tapas estrechadas a las hojas. Santiago sin lugar a dudas agarró el libro y lo puso en el bolsillo de su buzo. Pedaleó, resignado a volver. Se propuso transitar el laberinto en que Parque Leloir se transforma para la percepción del forajido. Qué bueno tener este lugar a tan poco tiempo de bici, pensó, porque es una salida más que interesante cuando en la casa no se pueda estar.
Llegó, después de que cayó el sol.

Al poner la llave en la cerradura de su puerta, su papá la abrió, anticipándose. Santiago pensó que estaba esperando en la sala de estar, donde está la puerta, porque de otra manera no hubiese sabido que tenía que abrirla. Seguro estaba a la expectativa de algo, o de alguien.
Le preguntó a su papá si estaba todo bien. Naturalmente, con una mentira, le contestó que si, que estaba esperando una llamada y nada más. Santiago notó rápidamente que su mama no estaba en la casa. Inmediatamente al notarlo, le preguntó a su papá donde estaba. Sólo recibió una respuesta breve, acompañada de una mirada de "estoy nervioso, no te das cuenta, nene":
 "-No sé donde está tu madre, se fue con el auto sin decirme nada, así, de repente.-"
A Santiago se le ocurrieron muchas cosas, pero la indiferencia de su papá lo obligó a ir a su cuarto, a meditar de lo se que sea, de cualquier cosa que sirva para pasar el tiempo y esperar que drene toda esa magra sensación que acumuló durante el día. Entró a su cuarto, y se quitó el buzo. Se dió cuenta que pesaba más que lo usual. Al inspeccionarlo se percató de que había rescatado ese libro viejo de las hierbas de la gran casa abandonada. No tenía título, ni algún tipo de texto en la tapa, ni en la contratapa. Le quitó las sogas con ansias, como si la curiosidad, la cantidad de esas ideas que todavía no toman forma, la infinita posibilidad de maneras en las que ese libro podía ser, lo cegaran.
En ese momento previo a abrir el libro se dio cuenta de que su imaginación no podía generar cosas nuevas, de que estaba ligado a muchas cosas conocidas y que no podía siquiera proveer la mínima idea de lo que estaba por leer.

Los nudos fueron fáciles de desatar, como si estuviese hecho hace poco; no despidió el polvo típico que caracteriza esas sogas amarillentas. La poca suciedad del libro (a pesar de su deterioro por la edad aparente) conducía a la misma idea, que fue puesto allí hace poco. No tenía manchas de humedad, ni algún rasgo peyorativo a simple vista. El análisis del estado del objeto pronto fue prescindible, porque cuando encontró la primer escritura, después de algunas páginas en blanco, no pudo contener las ansias. Lo que alcanzó a leer, decía:

 "En este espacio quiero notar lo que me viene sucediendo desde hace ya un tiempo. Quiero que sepa, que estas cartas constarían de mis últimos momentos con vida. Espero que no dude de la veracidad de las siguientes notas, pues en estos apuntes pude explicar cuán cerca está la muerte de ser un sueño."

Santiago permaneció en silencio tratando de entender lo que el escritor quiso decir. De pronto, necesitó saber quién era el que había escrito ese aparente diario.
Pasó de página.
 Antes de leerla se le atravesó un pensamiento: ¿Su madre se habrá indagado acerca de morir? ¿Acerca de cómo sería la muerte? Seguramente, pensó, que lo habrá sentido en un sueño. O quizá sería un desvarío; pero estaba seguro de que ella no podía imaginarlo a ciencia cierta y que muy probablemente estaba equivocada ya que nunca había visto nada acerca de lo que hay en el otro lado.

 Momentáneamente la salida a su duda era terminar con la lectura.

"Mi nombre es Ulises Masmut, en este momento desconozco mi edad, también ignoro donde está situado el lugar donde estoy encerrado. Sé que estoy aquí hace mucho. A lo sumo diez años, pero también desconozco la fecha. Infiero es en la década de los ochenta. Antiguamente vivía en Martinez, cerca de la Autopista Panamericana, luego de recibirme de Licenciado en Ciencias Biológicas en la U.B.A., cuando conseguí una beca doctoral en el estudio del protozoario Tripanosoma Cruzi. Vivía con mi novia, Camila, también bióloga. Recuerdo la primera vez que caí dormido sin algún anticipo de mi cuerpo. Fue faltando 2 años para terminar mi investigación. Ya habíamos empezado a encontrar similitudes en el código genético de la binchuca, algunas moscas africanas y el ser humano. Según mi gran amigo, ya muerto, Pedro, encontrar rasgos parecidos podía acercarnos a una cura. Nunca supe porqué estudiaron moscas. La verdad que siempre odié la taxonomía y la zoología, mis gustos no escapaban de la biología molecular; no sabía mucho de animales y tampoco indagaba.
"Había tomado el 37, yendo hacia ciudad universitaria desde Congreso. Me senté en el colectivo. Luego no recuerdo absolutamente nada hasta que el conductor me golpeó levemente la cara para despertar. Me creyó desmayado. Me pareció algo insólito, ya que me hice estudios médicos pertinentes a esa clase de síntomas y todo marchaba bien. Recuerdo que Pedro desde que consiguió la beca comenzó a dormirse, y nos reíamos mucho de él, nos causaba tanta gracia a Camila y a mí; no podíamos creer que tuviese la caradurez de dormirse en el laboratorio o dando clases.
"A los pocos meses de la primera vez que me "desmayé" en el colectivo, Pedro murió de un ACV. Su muerte fue dura por lo menos para mí, ya que no tuve muchos amigos en mi vida y él era el único que seguía siéndolo, hasta su muerte. Eso me afectó muchísimo. Incursioné en una depresión muy profunda. Sólo me dejaba ver por mi papá y Camilia, y salía únicamente para trabajar. Al poco tiempo, una mañana, Camila no me pudo despertar, se asustó mucho; hasta que abrí los ojos y estaba ella llorando, aferrada a su almohada esperando a que venga la ambulancia. Los médicos me revisaron y encontraron todo en orden. Según ellos no me pude haber desmayado, quizás tenía el sueño muy profundo, rieron y se fueron. Me hice estudios otra vez sin obtener signo alarmante alguno.
 "Conforme el tiempo fue avanzando, lo hizo también mi enfermedad. Las veces que caía dormido sin previo aviso fueron mas frecuentes. Perdí mi beca, ya que había días que me encontraron dormido en mi laboratorio. Nunca tuve tesis doctoral.
 "Lo más trágico fue ver a Camila preocuparse tanto por mí, ella no podía creer lo que me sucedía, estaba completamente aferrada a una posible curación o que era cuestión de tiempo, ya que ningún estudio revelaba lo que yo tenía; ella creía firmemente que no era físico mi trastorno, sinó psíquico.
 "Cuando se volvió usual permanecer dormido durante un día entero, decidí dejar a Camila, para que pueda tener una vida común y corriente libre del obstáculo que mi patología le imponía.
 "Mi papá siempre me cuidó, incluso cuando comencé con la somnolencia inoportuna. Fue un gran padre. Me ofreció la quinta del abuelo para vivir. Él tenía pensado poner la casa en condiciones para que él y yo la usáramos los fines de semana o en vacaciones. Parque Leloir es hermoso, o por lo menos lo fue cuando apenas me instalé aquí.
 "La idea de mi papa era dejarme aquí, con agua y comida, durante la semana, para que yo descansara en paz. Siempre me vino a visitar. Me contaba como andaba todo. La verdad que vivir aquí alejado de todo me pareció una buena idea, ya que no duro mucho despierto. Él también se cansó de hacerme estudios sobre mi enfermedad. Una vez casi se violenta con un médico que le insistió que no mintiese, que realmente diga si trajo algo de África, comida, cajas, "animales". Lo trató de traficante, según él.
 "Los primeros años no dormía como ahora. A lo sumo podía dormir dos o 3 días y permanecer despierto unas pares de horas. Ahora ya no puedo tener una noción del tiempo acertada. Por eso, no sé desde cuando, mi papá dejó de venir. Durante un tiempo pensé que me había dado por muerto, pero ciertamente era una tontería. Simplemente me negaba el hecho de que posiblemente él lo esté. No paga la luz, ni el gas, por suerte todavía tengo agua (no sé porqué). Sé que nunca le dijo a Camila donde estoy. De hecho todavía sigue siendo desconocido para ella (o por lo menos eso creo, después de tantos años de borrarme sin previo aviso) porque nunca me ha visitado. Yo creo que es mejor así porque sufriría mucho al ver a Camila con la vida realizada, seguro que sería bella y sonriente como siempre. Me alegraría por un momento, pero tanto tiempo solo y encerrado puede tergiversar cualquier idea noble a una razón para ...
perder la esperanza.
 "Supongo que durante mucho tiempo de mi vida tuve suerte, quiero decir, durante mi enfermedad. Seguro usted pensará que soy un idiota, pero realmente tuve suerte, hasta hace unos días no tengo memoria acerca de los sueños que tuve desde que me enfermé. Estoy seguro que debo soñar conmigo mismo en vidas comunes y corrientes, llenas de todas las sensaciones que no se viven en el encierro. Despertar sin recordar los sueños te da cierto bienestar, puesto que los sueños apelan a las sensaciones más urgentes del inconsciente, y en mi vida abandonada, no creo disfrutar de muchas cosas, sino de anhelar la gran mayoría. Por eso digo que he vivido todo este tiempo en un estado vegetativo, lejos de sentir la tristeza de añorar tiempos pasados.
"Hace unos días tuve mi primer sueño, y aún no lo puedo olvidar. Ahora mi despertar es triste y vacío. Por eso quiero plasmar los sueños aquí y acontecer paulatinamente mi deterioro con estas notas.

"Algo de 10 despertares atrás soñé que estaba recostado a orillas de un lago. Estaba cubierto de rocas diminutas, esas que son típicas en los lechos de los lagos del sur. Había muchísima neblina, apenas podía ver mis pies al despertarme. No sentí frío en mi cuerpo al tocar el suelo ni al pararme, pues no había viento. Es más, supongo que no podía sentir y que todo tipo de parámetro que me diera el entorno a través del tacto, lo ignoré, imposibilitado. Al estar parado, un poco mas consciente, logré escuchar muy suavemente el oleaje, un poco mas adelante. La niebla era muy densa. Al caminar, me di cuenta que estaba muy cansado; mis pies respondían muy tardíamente.
"Al poco tiempo de emprender la caminata, la sombra de una persona se calcó en la neblina. Fuí en dirección a la silueta, con ciertas esperanzas de encontrar ayuda.
"Caminé y caminé, muy lentamente entre las piedras, hasta que logré ver bien quién era la sombra tras la niebla. Era alguien con impermeable amarillo, parado, mirando el lago, que ya cubría un poco de las piedras con su tenue oleaje. Me puse al lado, pero no tan cerca, del hombre con impermeable. Nos quedamos mirando el lago, muy tranquilos y en completo silencio. Me hizo recordar a mi papá en las épocas que íbamos a San Martín de los Andes. Fue un éxtasis de silencio y cálido recuerdo; la emulación allí practicada me sentó muy bien.
"Mientras yo estaba perdido en la niebla, mirando el lago, el hombre comenzó a caminar detrás mío. Lo hizo lentamente, como acechándome. Comencé a ponerme nervioso, pero nunca miré hacia atrás (no sé porqué). Escuchaba cómo sutilmente el hombre pisaba las piedras, provocando un estruendo exactamente detrás de mis orejas. Cada vez me asustaba más; sentí que me rodeó, buscando un ángulo en particular para acercarse. Fue después de un rato de silencio, en el que pareció haberse esfumado. Fue entonces cuando me relajé devuelta y seguí admirando el horizonte difuminado por la bruma.
"Al poco tiempo escucho un susurro, como de muchas conversaciones, gritos y gruñidos al mismo tiempo. Parecen contener mucha ira, y cada vez se escuchan más fuerte. Se me eriza a piel al percatarme de una leve briza en mi espalda desnuda. El susurro se vuelve mas fuerte y más iracundo y la briza se transforma en respiración y el susurro en grito y la respiración en un filo frío: el único frío que pude sentir. Al sentir el golpe, mi desesperación congeló mi cuerpo concentrado en el filo y el ardor de la perforación que me sorprendió en la espalda, mientras la niebla se fue disipando y mis ojos cerrando mientras caía inerte hacia el agua y las piedras, hasta el punto medio donde observé la noche oscura, sin estrellas, y mi cara en el impermeable amarillo."


"Hoy soñé que una mujer gritaba mi nombre a lo lejos. Estuvo mucho tiempo así. Todo lo demás fue bastante normal."


"Estoy seguro que fue un sueño, pero desperté, todavía dormitando y no sentí mis piernas; no había manera de concretar un movimiento. Al momento desperté, pero tengo la duda remanente acerca cuán seguro estoy de no haberlas sentido realmente."


"Es un día como cualquier otro. La casa está polvorienta y ordenada; luce su peculiar abandono. Me acabo de despertar de lo que parecía un muy largo sueño, porque me dolía mucho la vejiga y no tenía fuerzas para levantarme. Estaba oscureciendo, de ser completamente de noche no hubiese visto el camino para ir al baño. Aún no recuerdo cuál es el recorrido correcto. Confundo la distribución real de la casa con la que me surge de los sueños, recuerdo a gatas la diferencia entre la casa onírica siempre cambiante y la real, que se desordena muy fácil en mi cabeza cuando cierro los ojos. Una vez que tomé las fuerzas necesarias para levantarme y salir de mi dormitorio, tuve que recorrer la olvidada casa. Encontrar el baño fue consensuar cuánto tiempo habría transcurrido de mi última vigilia; todo estaba lleno de polvo, la televisión y los electrodomésticos (inútiles, no se paga ningún servicio de la casa salvo el agua, o se olvidaron de cancelarlo), la sala de estar que lucía tan prolija debajo de ese manto de tierra fina, (tal cual mi papá solía dejarla) y la biblioteca, donde estaban las fotos de mi familia y de Camila. Estaban todas boca abajo. Me estremeció la idea de que yo pude haberlas volcado. Cuando retorné su verticalidad, sus rostros (el de todas las imágenes) estaban rasgados con líneas violentas que nacían del vidrio protector y tejían una tela de araña. Me sentí triste y asustado, porque yo soy el único dentro de la casa, y nadie puede entrar. De hecho si hubiesen entrado, faltarían algunos electrodomésticos, pero las fotos seguirían erguidas. Nunca se me había cruzado la idea de que yo pueda ser un sonámbulo. Me asusté mucho; busqué desesperado el baño. Abrí algunas puertas, caminé lo mas rápido que pude, pues no podía levantar las piernas. Me sentí decrépito.
 Entré al baño, cubierto por el polvo y la penumbra de las tardes que los árboles frondosos que rodean la casa permiten entrar. Busqué desesperadamente el espejo, lo limpié con la manga de mi polera. La mugre era densa y estaba arraigada ala superficie del espejo. Afuera se oía una lluvia fuerte y repentina, cual tormenta de verano. Mientras limpiaba el cristal, las gotas de la lluvia se volvían más violentas, como si penetraran el techo y chocaran con enojo el suelo del baño. El asedio de agua se tornaba cada vez más desesperante. Mientras tanto, el vidrio, lentamente, dejaba entrever mi silueta a través del polvo.
 Una vez limpio, traté de observarme bien. Me impactó mi rostro en el cristal; era arrugado y senil, barbudo y canoso, desarreglado, de pelos ralos y largos. A medida que exploraba mi nueva apariencia, mi corazón parecía detenerse, hasta que finalmente me convencí, atosigado por la melodía impaciente de la lluvia, de que era un hombre anciano. Tocarme sólo confirmaba lo que mis ojos supieron ver.
Me costó percatarme de que la lluvia estaba llenando el suelo del baño, por todos lados, las goteras del techo me suscitaban la idea de que estaba debajo de un colador. La incidencia de las gotas en el baño me obligó a salir, pero entre mis movimientos lentos y torpes me costó hacerlo. Agarrándome de donde pude, me acerqué a la puerta del baño, donde pisé, a oscuras, lo que parecía una gota. Sentí que la gota era en consistencia viscosa, mas espesa que el agua, pero todavía líquida. Invité a que alguna gota cayera sobre la palma de mi mano al mostrarla hacia el techo, donde consecuentemente calló una, muy viscosa. Era sangre. Me apuré como pude para salir del baño, pero la desesperación era tal que no conseguía desplazarme con astucia, sino como un viejo torpe. Tuve tantos nervios que miré hacia arriba buscando salida, hasta que ví en ese vago intento desesperado, una ventana, que a contraluz denotaba perfectamente la forma de las gotas cayendo. Eran mariposas, que caían muertas y mojadas hacia el suelo para desplomarse en gotas de sangre. Había muchísimas. Tal fue mi conmoción que intenté trotar nuevamente, levantar por lo menos un pie del suelo. Me dirigí hacia la sala  de estar, con la intención de huir, pero las puertas estaban bloqueadas. Ví las fotos sobre la biblioteca boca abajo. No sé porqué pensé que mi habitación era la única salida; fui tan rápido como pude hacia allí. En el pasillo que da a la puerta del cuarto había un gran charco de sangre que provocó mi caída. Sentí un dolor muy dentro de mi codo y mi cintura, nunca sufrí una sensación tan incisiva. Continué hacia el cuarto arrastrándome, cada vez más cubierto de sangre, hasta que llegué al pie de la cama, para treparme con la poca movilidad de mi dolorido cuerpo y llegar al fín del colchón, donde me recosté. Lentamente volví a sentir que mi ropa se despegó de mi cuerpo; se secó casi sin darme cuenta. El aire viciado ya no inundaba la habitación y el silencio poco a poco volvió a competir con el canto diurno de las aves. Al despertarme fui al baño. Encontré el espejo roto. La sala de estar, (se encontraba en otro pasillo, muy distinto al del sueño, con muchas menos puertas) seguía exhibiendo el polvo y el orden de siempre, mientras que los cuadros de la biblioteca aún permanecían boca abajo. No los levanté. Luego de escribir esto, iré a la cama."

"Soñé que volé, fue algo hermoso. Sentí que levitaba de la cama y podía atravesar las paredes. Sobrevolé todo Parque Leloir. Qué lindo sueño."

"Estoy muy triste, hace dos despertares soñé con Pedro. Me levanté de mi cama, salí de mi cuarto y encontré la casa con una distribución poco familiar. Opté por ir a la sala de estar, para descansar en el sillón. De camino hacia allí, encontré  otro cuarto, donde guardamos las herramientas y demás cosas, con la puerta entornada. Entré, muy cansado, y me topé con una oscuridad con pequeños puntos luminosos, como si fuese un cielo nocturno. Fue algo visualmente hermoso, sentí que estaba llegando al firmamento. Lentamente esas estrellas fueron haciéndose polvo y la oscuridad fue haciéndose falta de luz y comencé  escuchar a alguien toser en la profundidad del cuarto. Seguí el ruido y me encontré con Pedro tosiendo en el suelo, con mucho índole, casi moribundo. Al cabo de muchas ahorcadas, logra expulsar una mosca amarilla de su garganta, se levante me saluda y sale del cuarto, hacia el resto de la casa. Muy débil lo busco en la casa y sólo encuentro polvo."

"Hoy soñé con unos gatitos que venían a visitarme. Yo recordaba distintos a los gatos. La textura de la piel, debajo de los pelos, era muy dura, como si fuesen costras."

"Ah que ira me dan los conductores, tocan bocina muy cerca de acá y me despiertan."

"Volví a soñar con volar. Atravesé la casa para volar por Castelar y ver cómo estaba todo. Volando me sentí triste, recordando todo lo que viví. Fue una sensación algo antagónica, como si el enorme placer de volar y la liviandad de la libertad no pudieran opacar mi rotundo abandono. Sobre todas las cosas, recuerdo que cuando lloré, ví caer mis lágrimas. Parecía que el viento no las movía en su lenta caída."


"Al despertarme encuentro, siempre, una casa parecida a la que desperté la ultima vez, pero todas la veces la casa está abandonada y respeta una disposición mas o menos regular de las habitaciones, la cantidad de ellas y sus tamaños. Todas las casas en las que desperté estaban abandonadas, de manera casi idéntica una de otra. Barrotes en las ventanas, puertas trabadas, polvo, una serie de objetos que se repiten periódicamente, los adornos, las fotos, etc. Algo que me resulta muy curioso, es que mi habitación, es decir, en donde suelo dormir, es igual en todas las casas.
Ya no tengo ansias de despertar (ni de soñar).
 Hoy desperté en la casa mas peculiar de todas en las que he estado.
Al despabilarme, me dolía mucho la cintura y el codo, lo cual me dificultaba muchísimo caminar y buscar apoyo.
La casa era muy particular, pues tenía la puerta de atrás destrabada. Cuando ví la luz entrar entre el marco y la madera de la puerta, al final del pasillo, no lo podía creer; temblé. Me acerqué a la salida que permanecía entornada acariciando la pared cual apoyo, atravesé el olvidado pórtico cubierto de maleza, hojas secas y tierra muy lenta y dolorosamente, ansioso de palpar el pasto fresco y sutilmente húmedo que anhelé la mayor parte de mi vida, inspirado por una realidad pasada tergiversada por el encierro.
El sol fué hermoso; cómo chorreaba entre las hojas, entre mis manos; cómo se introduce desmesurado dentro de mis ojos, dañándome, doliéndome en sus eternos años de ausencia y en toda mi sensibilidad a la oscuridad.
Tuve que entrar. Recuerdo el ángulo del sol con respecto al horizonte porque tuve que mirar hacia arriba; estaba en su cenit.
Entré a la casa, muy alegre, pero dolorido. Dejé descansar la vista, dormitando en la cama. No dormí en todo el tiempo, prolongado, que estuve en mi cama. Luego me levanté y fui al escritorio a escribir esto.

"Tuve un sueño muy agitado, recuerdo que de afuera de la casa se escuchaban disparos, gritos, gente insultando a unas personas que gritaban y un auto con un motor estruendoso acelerando con mucha energía."


"Hoy desperté muy dolorido, devuelta. Por suerte la puerta todavía estaba destrabada. Salí para ver el sol y pisar el pasto. Al salir encontré todo tal cual lo dejé: al pasto fresco y húmedo y al sol en el mediodía. Al principio me pareció una coincidencia de mi despertar.
Entré, para evitar que los incidentes y dañinos rayos alcancen con exceso mis ojos. Me recosté sin cerrar los párpados, tomando agua. Recordé lo horrible que es tener hambre. Lentamente busqué por todas las alacenas algo de comer, pero no encontré ni un mísero envase o lata. Temo por mi delgadez. No sé si habré tardado medio día buscando comida, la decrepitud y las ansias me hicieron pasar el tiempo más rápido. Tardé demasiado debido a mi codo y mi cintura. Una vez que me rendí, me apuré para salir, ya que si intentaba salir de la casa, podría pedir comida en la calle. Según el tiempo que gasté buscando qué comer, ya debía estar atardeciendo, así que me apresuré al salir para no encarar la calle durante la noche. Desde el pórtico pude ver la gran cantidad de luz que había; sentí un escalofrío. Nuevamente vi al sol inmóvil, en su cenit. Me pregunté cuándo acabaría todo esto."

"Nuevamente soñé que podía volar. Esta vez me fui de Parque Leloir, para ir a la facultad y a
la casa de Martínez. Hoy ví a papá, a algunos profesores, que ya eran ancianos, y a Pedro; pero todavía no encuentro a Camila."

"Cómo odiaba esa persiana, estaba enfrentada a la cama, lista para despertarnos todas las mañanas. Qué cálida que era en ese entonces la cama, enredarme en las sábanas me provocaba sueño, pero un sueño placentero, que venía lentamente y avisaba con la liviandad del descanso. Soñando recuerdo esa sensación con mucha claridad. Hace mucho que no la siento; despierto la creo inverosímil. El calor de las sábanas ya no me place, nunca es el mismo. Vivo entre una nube de polvo y olvido; aquella cama del sueño era plácida como nunca lo será una cama porque en ninguna cama estará Camila descansando en la suavidad de su juventud, junto a mí, el único que la conoció y la acarició y la acariciará con la eterna adolescencia que siempre evoco en mis sueños de cuando ella me miraba fijo y me prometía el mundo. Ah qué terrible soñarte tan hermosa, te tengo amaneciendo a centímetros de mi cuerpo, envuelta en la sábana anaranjada que nos regaló mi papá cuando nos mudamos a ese departamento con la persiana que deja filtrar pequeños rayos de luz que acarician tu mejilla y atacan con delicadeza tus ojos entrecerrados, te tengo en frente; en mis sueños. Sentir la realidad es tenerte lejos como nunca lo estarás para mí y mi soledad caprichosa que me provoca soñarte, para que me despiertes de este sueño de terrible que hace mi vida una miseria. No quiero vivir más sin vos y si vivo quiero alejarme tanto como pueda de tu imagen que promete salvarme la vida, pero que me entierra cada vez más. Te soñé tan hermosa, despertándote para arreglar lo que faltaba del equipaje para irnos a La Lucila del Mar, a la quinta de tus abuelos, que no los veías hace mucho y que ahora están muertos, como lo estoy yo sin vos, y me abrazabas a cada rato y lo que daría por un abrazo tuyo y lo que me cuesta escribirte esto Camila Nicole Pellegrini que estás dormida en el asiento del micro a mi lado y la noche en el campo en tu ventana te enmarca para siempre en mi memoria, pero llegar a la quinta y verte radiante, en la playa verte radiante, cocinando te veo radiante, dormida te veo radiante, sonriendo a tus abuelos, ah soriéndoles, qué linda que sos y seguro que mi recuerdo no puede compararse con tu sonrisa de verdad, ah, qué aberrante soñarte en nuestra habitación abrazándome por siempre, escondida parcialmente en las sábanas, siempre diciéndome lo mismo "¿Sabés que te amo? Nunca te olvides" y cómo querés que te olvide si estás todos los días y nunca te vas y cuando yo me fuí, vos te fuiste y todavía contengo la respiración para cuando te vuelva a ver, y si no me alcanzara el aire, bien estaría morirme por tu ausencia."

"Hoy es como el cuarto despertar desde que vengo soñando que puedo volar. Creo entender lo que me está sucediendo, y debo decir, que es muy parecido a la vida."

Santiago buscó mas texto en la gran cantidad de hojas en blanco que había en el cuaderno, pero en su genuina desesperación descubrió que acababa de leer el final.

En una extensa inhalación que le provocó un llanto tenue pero incisivo, relacionó, por fin, lo que quería decir el autor del libro.
Tenia que encontrar a su mamá para advertirle que allí no iba a encontrar nada distinto a su tristeza. Quizás así la convenza de quedarse, pensó.

Era muy tarde y ni su papá ni su mamá aparecieron.

Durante la leve llovizna de la madrugada del día siguiente, la noche trajo a su papá con el auto, pero nada más. Desde la ventana de la sala de estar, la lluvia y las lágrimas se fundieron en la cara del hombre grande y encorvado, en el medio de una mueca de tristeza que le duró toda la vida.

El padre le explicó a Santiago con mucha delicadeza, con una que nunca antes había sentido, que ya está, que no se pudo hacer nada y que jamás pienses que tuviste la culpa de algo, ella sola escogió recorrer ese sendero triste y no te olvides que te amó muchísimo y en ese momento se desconcertó el semejante hombre cuando Santiago lo interrumpió y le dijo: todavía me ama papá, me ama.

Comentarios

Entradas populares