El peso de la inmensidad.

Es agobiante estar apretado en una combi tanto tiempo, mas si uno es alto como yo. Igual no es que me queje del viaje, de hecho fue hermoso; ir al sur desde Cholila por la 71 es increíble, el bosque andino, los lagos y el desierto en contacto furtivo a la vista de la ruta.

Junto con Fernando y Beatriz nos bajamos en Lago Rivadavia, sólo para conocer, porque teníamos al Lago Futalaufquen como hito de ruta primordial. La idea era quedarse uno o dos días.

Riéndonos entre los tres nos ajustamos nuestras mochilas para caminar sobre el polvoriento ripio, calle abajo, para consultar con algún guardaparques sobre el acampe. A lo lejos, se veía una pequeña mancha azul, sobre los alerces y cohiues: el Rivadavia.

Una vez en la entrada del camping, un guardaparques muy amablemente nos dijo que no había lugar, lo cual consternó mucho a Beatriz, porque la última combi que pasaba era la que nos dejó.

El guardaparques, nos comentó que había lugares donde no era ilegal acampar, pasando el fondo de la zona de acampe, algo así de un kilómetro y "pico"  (expresión que luego utilizó muy ferozmente Beatriz para desacreditar la noción de distancia del guardaparque), pero aclaró que era de suma importancia que no acampemos cerca de la base de algún árbol y que enterráramos bien la base de nuestro fogón. Nos dió un sermón acerca del impacto forestal que tiene nuestra presencia ahí, así que convenimos en que íbamos a ser lo mas pulcros y conscientes que pudiéramos.

Cuando llegamos, y Beatriz se calmó, con Fernando comenzamos a desarmar la carpa. Muy anticipada, Beatriz fue a buscar leña.

Solos, comenzamos a charlar sobre la hermosa vista que nos tocó pero que no se vé bien la costa norte del lago, que según el guardaparques, es la mas linda, pero la mas silvestre. La entrada de la carpa miraba hacia el oeste, en una ventana de vegetación y rocas arenosas, con un fondo montañoso. Casi idílico el paisaje, pero una pequeña península nos quitaba a nosotros  y a todos los que acamparon kilómetros al sur, la vista norte, tan añorada.

Una vez reunidos, fuimos donde los guardaparques nos recibieron, para dar nuestros nombres (por temas de seguridad), colaborar con el parque con unos mangos y sacar algo de información sobre qué se podía hacer ahí. Yo, naturalmente, pedí todos los mapas que tuvieran. Si, los pedí casi con desesperación. Los chicos me abrazaron riéndose cuando nos fuimos. En ese tono de risas, les dije a los chicos si querían ir por la ruta un pequeño tramo, que total era un kilómetro y "pico" mas la distancia para salir a la costa, siguiendo un curso de agua que estaba mas al norte. Beatriz me insultó un poco, pero con cariño.

En el borde de la ruta, de mano hacia el sur, caminaba una viejita con muchísimas bolsas que aparentaban mucha carga, así que al instante le pregunté gritando para donde iba, si necesitaba ayuda.

-Si mijo, voy para la despensa del camping.- Dijo gritando, con la voz agitada.

Los chicos me dijeron que iban a hacer el fuego y preparar la comida, que la ayude yo. Me pareció una buena idea. Me acerqué mirando la gran imagen de la mujer con muchas bolsas, extenuada, debajo de un gran álamo, enorme por lo foráneo y despejado de su base, y a su vez, con las montañas aún mas grandes detrás, siendo observadas por una gran masa de nubes, muy lejanas. La anciana, sostenía todo esa inmensidad con solo mirarme, sonriendo.

-¿De dónde venís?.- Me dijo, con un tono seco pero agradable.

-De Puelo, estoy viajando con mis amigos. Somos de Buenos Aires.-

-Que lindo ser jóven y hacer cosas así. Mirá yo estoy por esta ruta unos 4 kilómetros al norte, después de que pega la vuelta y se aleja del lago. Tengo una granja, se viene y se lleva unas verduritas cuando quiera.-

-Dale, me parece bien, lo voy a tener en cuenta para mañana.-

-No sabe lo lindo que se pone esto en esta época, con estas lunas.- Me causó mucha curiosidad lo de las lunas. Anduve por el Huechulafquen, los Siete Lagos, por el Nahuel Huapi, Puelo y nunca me hicieron notar algo con la luna, mas que un comentario de una noche pasajera.

El peso de las bolsas y las lábiles piedras del ripio me hicieron perder estabilidad, en la bajada. Calculo que a ella igual, porque no hablamos por unas decenas de minutos, hasta que llegamos a la puerta del parque nacional.
En ese lapso pensé que se pudo haber referido al perigeo, que tenía sabido que estaba ocurriendo.

-Bueno, que tenga un buen día, un gusto charlar con usted.- Me despedí pensando en la comida.

-Gracias mijo, lo espero, también vendo pan y agua caliente, si se quieren venir un día.-Me dijo a la distancia. Le hice una seña con la mano que ya ni recuerdo.

Caminando devuelta, noté el incesante y atosigante ruido que hacían las bandurrias. Por todos los lugares donde anduve nunca las había escuchado así.

Una vez que estaba hechado, en la costa lindante a la carpa, en silencio enmarcado por el ruido de las bandurrias, me puse a disfrutar abiertamente el paisaje. Qué afortunado que era en ese instante, tan pleno, tan joven.

Así, caí dormido.

Las manos apacibles de Beatriz me sometieron a una interfaz entre el sueño y la realidad muy agradable; el cariño que me faltaba en la soledad del sueño fué tan abrumador que no quería despertar de ese limbo, hasta que escuche "comida".

Juntos, a la luz del fogón y apenas concebida la noche: iluminados por la luna en cuarto creciente tímido, detrás de pequeñas montañas, por el norte.

Las risas, los bocados de esos fideos con salsa y agua, las bandurrias, el lago, la luz anaranjada-rojiza del fogón, fueron excelentes.

Al rato nos fuimos a la carpa, y asomaditos por la puerta vimos un poco de la luna que recién se descubría del velo montañoso. El cansancio pudo más.

A las horas, calculo, me desperté por el incesante ruido de las bandurrias. Pasé mucho tiempo revolviéndome en mi bolsa de dormir sin conciliar el sueño. Opté por salir y mirar un rato el lago, que reflejaba la luna blanca con mucha intensidad.

Y acá empezó todo, por lo que les cuento esto.

No puedo recordar con claridad lo que paso esa noche, pero algo dentro mío se liberó para irse lejos. Al mirar la luna, caminando por la costa en dirección al norte, pasando la pequeña península, se veía apenas asomada por sobre las montañas, bañada de un halo tenuemente naranja. Se oía, a los lejos, el revoloteo de pájaros, en fuga silenciosa. Me quedé anonadado mirando el lento despertar de la luna, cuarto creciente avanzada.

Sentí un gran escalofrío, doloroso, al verla reflejada sobre el agua, oscilante y fragmentada.

Estaba descalzo, pero la luna era tan prepotente en su fuerte candela que los pies los dejé de sentir.

La profundidad de su brillo lentamente se hizo mayor a medida que buscaba el detalle en todos los rasgos de su cara media escondida en sombra. El cielo azul oscuro, rápida y silenciosamente, se tornó naranja. El brillo anaranjado de la luna fue blanco intenso en un violento destello. Dolorosamente su tamaño y esplendor sobre el agua fue lo único en que podía pensar. Atónito por los círculos concéntricos que emanaba aquel sol nocturno, cegador pero hipnótico, caí, inconsciente, a las duras rocas.

Desperté minutos antes del amanecer, muy dolorido y tiritando del frío. Fui a mi carpa muy asustado y al entrar, a esas tempranas horas, los chicos se despertaron y me preguntaron con ahínco en donde estuve toda la noche. No supe que responder.

En un condensado lapso de tiempo pensé: ¿Les cuento lo que me pasó?

¿Qué dirán al oír que perdí el conocimiento en la mitad de la noche?

Muy probablemente arruinaría el viaje.

-Nada chicos, la verdad, es que me quede mirando el lago y fumé un poco. Me terminé durmiendo cerca de la costa, debajo de los coihues mas nuevos, yendo para la entrada-.

Los chicos notaron mi voz tomada. Me gané sus puteadas, un poco desmedidas, justificadas por la vitalidad del viaje que, según ellos, en mi egoismo irresponsable pude haberla sacrificado: una gripe, un resfriado o algo por el estilo podían ser caros en el medio de la nada.

Con cierta razón, sus agravios me dejaron expectante durante un rato, hasta que la bronca me brotó, sin querer, en forma de argumentos vacíos y sin convicción.

La conversación terminó en que era un egoísta, un mal amigo.

Me dolió mucho el desenlace, así que decidí dormir sin hablar. Fue difícil descansar así.

Al despertar, con el mediodía sobre mí, salí a caminar con la mochila de mano, pero bien equipado para estar un largo rato afuera.

Cerca del fogón reposaba el resabio de un desayuno furtivo y al paso, silencioso.

Encaré para la ruta 71, caminando lentamente, yendo primero por el lago y después, entre la maleza, hasta encontrar la ruta al salir del tupido bosque. Fue una linda aventura, porque pude haberme perdido con facilidad, sin embargo las distancias que manejé en la apacible naturaleza no superaban los 5 kilómetros.

En uno de mis últimos suspiros, ya terminando la tarde, la ruta se alzó entre el bosque hostil en una lomada muy lejana, íntima con el horizonte enterrado entre dos montañas y árboles.

Sin cruzar el guardaraíl, todavía entre la maleza, noté atónito el naciente atardecer enmarcado entre rosas mosquetas. Mi gran sed y la sensación de que el mundo era mío me hicieron salir a la luz de la banquina de ripio, victorioso y agitado.

Según mi mapa, caminé 6 kilómetros por la ruta, yendo hacia el prometedor rancho de la anciana, el cual no aparecía. Estaba desesperado y nervioso: no tenía agua, no tenía mas comida y estaba cansado. Ya eran como las 9 de la noche: estaba por oscurecer, y junto con la luz, se estaba yendo la tibieza del día.

Decidí volver, en una colina donde solo se veía ruta y árboles sobre el horizonte.

Me puse a pensar que fui un poco ingenuo al ir a donde me dijo aquella mujer confiando plenamente, además de hacerlo solo y sin algún recaudo en cuanto avisar a donde fui; no pude provisionar el tema de la comida y el escaso abrigo.

Volviendo, por la mano contraria  a la que estaba yendo, veo una tranquera un poco vieja, y por el mapa parecía que había vuelto 2 kilómetros. Viendo el naciente ocaso, enormemente claro y hermoso, me metí en ese lugar saltando la cerca, sin advertirme sobre donde estaba entrando.

Caminé por las huellas de autos que conforman el sendero hasta una casa  grande, deteriorada, con mucha maleza y musgo sobre sí. Rodéandola, encontré algunos barriles de metal oxidados a un costado, parados y llenos de agua muy transparente; era translúcida al punto que el fondo se llegaba a iluminar con la naciente luna, en cuarto creciente intenso, pasado.

Esa imagen tan solitaria de la casa incrustada en el bosque y yo ahí, tan solo y vulnerable, me recordó lo insignificante que soy entre todo esto, bajo la luz de esa luna tan presente y potente.

No soy nada, entre la luz tan fuerte de la luna y esta tierra tan grande. Nada, y sin embargo, testigo de todo, tan inmenso, como la luna lo es del sol.

Al momento de imaginarme esa masa de luz tan gigantesca, después de meditar un rato, empecé a pensar que sería buena idea tocar la puerta, o gritar, para entrar a la casa, si es que había alguien; ya estuve lo suficiente para que parezca sospechoso.

Me daba miedo la idea de hacerme notar, porque entré furtivamente a propiedad privada, muy escondida de la ruta. Comencé a meditar la idea seriamente, entre los matorrales y al abrigo de la creciente oscuridad.

Al rato comencé a tener frío. Casi a la hora después de que llegué a ese lugar, se prende una luz, interior a la casa. Comienzo a gritar "Hola", con mucha fuerza.

Instantáneamente, culposo de la intromisión, atino a gritar : "Estoy perdido."

Salió alguien medio jorobado, que a contraluz no se dejaba definir bien su figura. Saludé devuelta, con un tono menos exacerbado, pero más interrogativo.

La silueta comenzó a deformarse, como si la cabeza de esa persona estuviera mirando para todos lados. En pos de mis intenciones caminé lentamente hacia un lugar mas iluminado, para mostrarme.

Mientras caminaba, con miedo, hacia el final de la penumbra del bosque, me paralicé: la luz blanca de la luna sobre el pasto ya no tenía el mismo aspecto.

El pasto y el camino parecían anaranjados.

Mi presentimiento broto a flor de piel en un escalofrío cuando ví la luna naranja, con una bruma en su contorno, formando como una aureola que se difuminaba con la noche.

Quedé obnubilado al oír un grito, en medio de mi estremecimiento al notar el firmamento apuñalado por una mancha naranja y el silencio, muerto en el eco del ruido seco de una mujer atragantándose.

Corrí muy rápido gritando "Estoy para ayudarte" repetidas veces. Esquivé los barriles sin llegar a ver que tenían dentro. Las rocas y las subidas intenté tomarlas con mucha agilidad, motivado a que podría estar muriendo esa mujer.

Cuando estoy en el pórtico de la casa, veo a la mujer en el suelo, convulsionando, con mucha fuerza.

Me puse nervioso, sin saber bien qué hacer, así que me saqué la mochila, busqué mi campera y la usé como almohada para la mujer. Me doy vuelta, y miro la luna, bien naranja e incisiva.

Sentí una sensación de desamparo y de desprotección: qué podría hacer yo contra algo tan titánico como la luna, tan hipnótica. A donde vaya ella estaría, al igual que la noche.

Entré a la casa, para buscar abrigo y algo acolchonado para la mujer. Saqué una por una colchas y almohadas, un poco viejas pero perfumadas, todas con un aroma agradable, muy presente.

Cuando logre encerrarla en un cerco acojinado, fui dentro de la casa a buscar algo de tomar, ya que no podía hacer mas que esperar. Busqué la cocina. Estaba muy adornada y parecía acogedora.

Ya la luna no se veía bien por la ventana, desde la alacena.

Salí con el vaso de agua, para buscar la luna. Estaba alta en el cielo, bien vertical a la mujer, como si fruncida e iracunda le descargara toda esa furia despiadada que trae su gran brillo, reflejado del sol.

Cuando tomó agua del vaso, siento que el tiempo se detiene al mirar la luna reflejada sobre el agua. Me fundí en un desdibujado e intenso pozo naranja incandescente, enmarcado en una arandela de vidrio y agua en movimiento. Mi cuerpo adopto la liviandad del aire y mi vista la altura del firmamento, azul y oscuro, atravesado por un destello naranja que poco a poco ganó todo lo que pude llegar a ver, en la leve caída que difuminaba mi vista en oscuridad.

Desperté, muy dolorido y con la cabeza muy desorbitada; me palpo el cuero cabelludo y encuentro una gaza, pegada a mi cabeza por una costra. A donde mirara, había un silueta de color verdosa anaranjada, en la misma posición con respecto a mi ojo, como si hubiera mirado el sol fijo durante un largo rato; desapareció a los minutos de intentar enfocarla.

Los brazos los sentí muy cansados, al igual que las piernas; el dolor mas profundo lo sentí al mover la espalda, casi petrificada. Naturalmente grité al encontrarme así, durante la tarde, bajo el sol corrido del cenit, en una suerte de sillón de pelaje de oveja a la mitad del bosque.

Miro hacia todos lados, un poco asustado, hasta que logro ver el techo viejo de la casa desde un claro de alerces jóvenes.

Intento levantarme; me nace gritar a cada movimiento, hasta que el mismo andar me descontractura. Sin embargo el dolor de cabeza me siguió.

Las ideas, en plena confusión, no paraban de contextualizarme en situaciones inverosímiles: en un principio pensé haber contraído alguna enfermedad cerebral, al caer solo en la costa casi de forma azarosa, pero al ver a la mujer padecer lo mismo que yo, supe rápidamente que había un factor común, pero no estaba muy seguro; casi naturalmente, me nace visualizar la luna, naranja y muy grande. En la imagen mental logro discernir bien cada zona de la luna, casi en detalle. Es una sensación abrumadora, no se ve, no se percibe, ni se puede contar. Los cráteres, con su cara luminosa y su perfil oscuro, las planicies opacas en naranja brillante, y la interfaz, sombra y luz, misteriosa y sugestiva.

Al acercarme, noto que la mujer que ayudé durante la noche era la anciana que me invitó a su rancho días atrás.

-¿Cómo anda mi'jo?-

-Muchas gracias por cuidar de mí, señora.-

-Nono, yo te doy gracia a vos, yo estoy vieja para soportar lo que vos.-

-Bueno, yo ... .- Me miré bien, a plena luz del sol. Todo mi cuerpo; mi ropa muy rasgada, mi espalda y mis brazos muy raspados, al igual que mis mejillas. Sin hablar de la espalda y el golpazo que me dí en la cabeza.

-... eh no fue tan grave, no recuerdo nada en realidad, ni el dolor. Sólo la luna muy naranja.- Dije, para tantear a ver cuánto en común tuvieron nuestras convulsiones.

-Mi'jo, vos sabés que lo que vistes antes de caer.- Me dijo con mirada inquisidora, casi intimidante. - Que pensás que pasó, mi'jo.- Suavizó su gesto con con una mueca triste, casi con miedo; los ojos cansados y muy cristalinos, marrones claros.

-Si, fue muy intenso, como si el cielo cayera encima mío.- Me quedé en silencio, mirándola, viendo si convalidaba. Ella estaba inmutada.

-O sea, sentí que me concentraba involuntariamente en el cielo y en la luna, con una sensación muy fuerte, en un principio agradable capaz, pero muy fuerte, casi dolorosa.- Ella bajó la mirada lentamente, hasta llegar al suelo.

-Lo que sufriste mi'jo es algo que pasa cada mucho tiempo. El color naranja de la luna es por un polvo que se esparce durante la noche. Es el llao-llao, el hongo, que suelta polvo días después de que florece la caña colihue. Ésta caña, florece cada 60 años mas o menos, y parece que su floración promueve este polvo. Cuando era adolescente, durante unos días vimos noches así con mi familia. Se supo siempre, en mi familia mirar eso era casi como una tradición. Tíos que vivieron en San Martín de los Andes avisaron la floración unas semanas antes, cuando nos visitaron para ver esta luna. Lo mas lindo era mirarla sobre el agua, se sentía diferente, ... .- Conservó el silencio con la mirada perdida. Reanudó al encontrar mis ojos.

- El hongo cambiaba de color las estrellas y la luna, pero el color sólo afectaba a los mas chicos. En ese momento mi hermano tenía 6 años, y cayó temblando durante aquellas noches. Pero toda mi familia miró esto, en ese momento, sin ningún problema.- Concluyó, un poco desorbitada.

- Tengo el recuerdo de haber mirado la luna directamente en dos ocasiones sin que me ocurra nada, lo mas intenso fue verla reflejada en el agua.- Objeté.

-Lo sé, es que el efecto tan hermoso ocurre en el reflejo, quizás sea eso. Pero igual, no sé porqué caí tan violentamente.- Observé sus codos, con vendas.

En ese mismo instante pensé en el perigeo. Me causó un escalofrío muy envolvente el hecho de estar tan ligado a los cambios de la luna.

-Sabés que estamos en el perigeo, ¿No?- Le cuestioné, sugiriendo una respuesta.

-Si, es algo que tengo muy presente. Pero que la luna esté mas cerca ¿Hace mas intenso el efecto, a pesar que estemos a dos días de luna llena?.-

-No lo sé, pero es lo único que se me ocurre.- Me detuve a pensar la relación con mi pérdida de conocimiento la primera vez, era cuarto creciente pasado, y me desperté antes de que culmine la noche, la última vez desperté mucho después. "Hoy, dos noches después, podría ser peor mirar la luna creciente, casi llena", pensé.


-Igual no tenés porque alterarte, esto solo pasa por esta parte, nunca escuche mas al sur, yendo para el lago y los campings, de que la gente halla sufrido algo así.- Me dijo, en plan de apaciguar mis nervios.- En esta parte, casi siempre, se encajona el viento, además ese polvo siempre salió de la costa norte.

-Mis amigos están en la parte mas norte del lago, justo cerca de la península chiquita que se forma. Ahí me pasó la primera vez.-

Nos miramos fijo. Me dejo solo unos instantes. A los minutos me trajo una trucha con papas, todo frío. Mientras hurgaba en su cocina me charlaba, me dijo que se llamaba Rosalía.

-Perdón Rosalía, pero solo voy a comer las papas.- Le dije con vergüenza.-Soy vegetariano.-

Ella me miró entre despectiva y cariñosa. Dejó pan y una botella con agua al lado de mi mochila, con un poco de queso de cabra. Me dió de probar licor de frambuesa, me dijo que me va a despertar.

-Te puedo acepar una botellita de esto, Rosalía.- Le dije sin estreñimiento, casi riéndome.

En silencio, me dejó una botella de un litro mas o menos al lado del pan. Parecía enojada, porque fue seco el sonido que hizo la botella sobre la mesa.

Al darse vuelta y mirarme, ví una gran sonrisa. Nos saludamos y lentamente me fui de esa antigua casona, con mucha historia, aparentemente.

Que lindo que era el sendero por el que entré. Ahora durante la tarde, casi las 6, lo pude notar mucho mejor.

Así llegué a la barranca donde la ruta dobla estrictamente hacia el sur, evitando el lago, donde resurgí del bosque el día anterior. Me sumergí en la maleza, esperando acortar camino, para llegar antes que la noche.

Me resultó todo familiar, el camino, la dirección, la posición de las montañas algunas rocas y algunos árboles (convengamos que los arrayanes son muy vistosos y no muy abundantes por acá).

En mi paso apurado, llegué a acalorarme, aún en la sombra del frondoso bosque. Necesité sacarme la remera, muy sucia de por sí. Hice un balance (muy malo) entre ser rasguñado por las rosas mosquetas y la maleza y por el calor creciente aumentado por los nervios del misterio nocturno, apenas dislumbrado.

El sol se escondía a cada paso que daba, y lo estrecho del bosque lo acentuaba mucho mas. Daba pasos largos, casi saltos. Caminé con la respiración un poco agitada, muy cansado y todavía con hambre; pero no con sed. Sí estaba muy nervioso a esa altura, sabiendo que faltaba poco, pero todavía sin percibir algún indicio del lago, mi referente para llegar.


Comencé a seguir un pequeño curso de agua. En caminata rápida pude llegar, casi finalizando el ocaso. Estaba en la cara norte del lago, faltaba caminar por la costa uno o dos kilómetros hasta nuestro campamento. Con lo oscuro que estaba, esperaba que se pudieran ver las carpas o esté hecho el fuego, porque no se iban a notar.

La luna permanecía agazapada en las montañas: pero no por mucho.

Apuré mi paso casi a trote, transpirando por el cansancio acumulado. No lograba ver nada y me estaba agitando mucho. No tuve mejor idea que gritar, en medio del paso rápido.

Me agitaba cada vez mas, pero no quería parar. Cada vez mas lento, sentía que ya estaba por llegar, que me podía pasar.

Entre medio de mis especulaciones, escucho gritar muy a lo lejos a Betriz, también un poco agitada. Entre la penumbra, ya bastante oscura, no logré verla, así que comencé el trote, casi sin aire.

Todos mis miedos se consolidaron en una gran sensación chocante e incisiva: Beatriz estaba nadando, y por lo visto bastante lejos de la costa.

Tiré todo, corrí lo más rápido que pude hasta una zona en el lago muy cerca de donde ella nadaba, me saqué muy rápido las botas y comencé a correr lastimándome mucho los pies con el lecho, salteando el agua cada vez mas profunda dando zancadas. Nadé, con un gran choque de frío, pero lejos de ser entumecedor. Sentí a la ropa como un obstáculo, pero quería llegar a Bea.


-¡Cerrá los ojos, cerrá los ojos! - No dejaba de gritarle. Entre el agua y tomar aire no podía gritar mas fuerte, pero la desesperación me empoderó a costes de un gran pánico.


Nadé y nadé escuchando los gritos casi chistosos de Beatriz. Pero me faltaba todavía mucho, ella estaba cerca del centro de ese brazo del lago.


Tuve que cerrar los ojos para no ver el reflejo. Es horrible nadar a ciegas, la inmensidad del fondo atienta contra la cordura; no saber qué hay y la imposibilidad de verlo.


El miedo arremetió contra mi poca calma cuando dejé de escuchar a Beatriz. Mi nado ya desesperadísimo y desmedido, me agotaba, casi paralizante. La terrible idea de que Bea esté convulsionando me inyectaba adrenalina para no desistir en mi llegada.

Con la gran preocupación de no poder hallarla en su silencio tuve que abrir levemente los ojos, entrecerrados.

Apenas podía notar un creciente y tenue brillo naranja sobre el agua, cuando ví el contorno agitado, blanco y ruidoso, de donde estaba Beatriz. Me acerqué sin asco a los golpes y traté de buscar su espalda, para cargarla hasta la orilla. Logré pero sus grandes golpes eran bastante dolorosos, pero no inhabilitantes por la forma en la que la había agarrado, casi ahorcándola.

A tientas supuse donde estaba la costa y nade en esa dirección, sin seguridad.

Era horrible escuchar,cada vez que me hundía un poco, el ruido de ahorcadas viscerales que hacía ella, en medio de un intento inconsciente por no ahogarse.


Duro mucho ese lapso en el que nadé inhumanamente hasta que sentí las algas acariciar mis pies, entumecidos por el cansancio.


Fue extremadamente doloroso cuando al patalear para mantener a Bea sobre el agua me golpié con las rocas del lecho, con desmedido ímpetu.

Aún asi pude ponerme de pie en el rocoso e inestable suelo, y llevarla, entre los golpes a la orilla. Golpeaba casi con odio las piedras por la convulsión. Que imagen tan aberrante.

La recosté sobre mi bolsa de dormir agregando la de ella y la de Fernando como resguardo, le puse ropa y la fui secando mientras pude. Le di mi mochila de almohada.

Fue desgarrador ver sus hermosos ojos azules colorados por la euforia de ese trance tan misterioso.

No me quedaba mas que esperar, y vigilarla.

En todo ese tiempo estuve de espaldas al lago, cosa de no ver en absoluto la luna.

Sin embargo, la curiosidad letal de ver el reflejo naranja tan exquisito y perturbante me comía la cabeza.

Agarré mi cámara, le puse un filtro polarizador que uso para suprimir el reflejo de la luz en las superficies y miré hacia el cielo, con el filtro en ángulo de obstrucción total. Miré la luna, con el corazón exaltadísimo. Era naranja, con una tonalidad que acompañaba muy bien al miedo que sentí en ese momento. Mire el cielo, pleno y opacado por ese destello naranja, dispersado por el lente y el filtro.

Exaltado, enfoqué al lago, sin mover el filtro.

Vi el movimiento opaco del agua sometida al viento. Sin reflejos, sino algunas aristas brillantes, pero nada notorio.

Devuelta, ese instinto desafiante me impulsó a rotar el filtro, para anular su capacidad supresora del reflejo. Lentamente fui cambiando la intensidad, y me sorprendí.

Lo que vi fue el reflejo blanco de la luna, como todos los que había visto antes. Al frenar en ese grado de rotación del filtro me causó curiosidad el qué pasaria si sigo probando.

Lo que vi fue hermoso. Me imaginé a Rosalía mirando esto de joven, con su familia. Comencé a disparar, casi indiscrimandamente.

Fue muy pleno, extasiante. Se sentía relajante dormir la mirada en el naranja apaciguante del agua en movimiento, sutil por la ventizca.

Era un naranja que perduraba en la retina, pero no mucho, sino lo necesario para ver la estela de su movimiento en la calma de la noche imponente y truculenta.

Ya mi curiosidad se vio intimidada por el miedo de poder quedar como Beatriz. Decidí no tocar mas el filtro, así estaba bien.

Quedé obnubilado, con la cámara en mano durante una o dos horas, hasta que decidí mirar a Beatriz.

La sensación de calidez y liviandad que experimenté me hizo olvidar por un tiempo el dolor implacable de mis pies y espalda.

Fue muy chocante verla, todavía, convulsionando. Mi bienestar se transformó en tristeza muy rápidamente y mis dolores comenzaron a protagonizar la percepción de mi cuerpo.

Quizás sí el perigeo pudo haber afectado, pero ...

¿Quién, además de unos pocos, sabe acerca de esto?

¿No suena como un delirio? Los guardaparques nos advirtieron de una serie de cosas muy distintas a esta.

Me extrañó mucho la ausencia de Fernando, si no estaba en nuestro campamento ¿Donde estaría?

Comenzaba a amanecer, y Beatriz apenas se movía, como si fueran espasmos violentos, pero seguía inconsciente.
Yo estaba fulminado, del dolor, del cansancio, del miedo a que Bea no despierte y Fernando esté igual o peor que ella, en un lugar desconocido y hostil, solo. Me sequé bien, me puse mi campera y un segundo pantalón, para permanecer afuera, mirando el amanecer, comparando el naranja suave del sol con el de la luna, tan pero tan distinto.

Caí dormido, y recuerdo muy bien lo que visualicé en el sueño, muy profundo. Fue una series de líneas medio anaranjadas, en un fondo negro, sobre una base en la parte inferior de mi vista de un naranja menos intenso, pero que me hizo acordar mucho al brillo del agua en la noche. Las líneas estaban en lo alto de mi vista, como si fuera el rastro de luz que deja la luna. Fue muy relajante, por fín pude tener la mente en blanco, después de tanto.

Me despierta Fernando, a los golpes, agresivo, insultándome y acribillándome con preguntas. Confundido por el despertar, me acontecí con una patada en la cabeza. El cansancio que corría por mi sangre pronto se llenó de ira, o mas bien un enojo, primitivo, como mal humor, pero con un fundamento muy retorcido y subconciente, en nombre de todos los sacrificios que hice en estos días.

Me levanté mareado, con dolor en todo el cuerpo, pero muy ágilmente.

-¡¿Qué te pasa la concha de tu madre?! ¡Estás loco, pelotudo!- Le dije, intimidándolo.
-!Qué mierda le pasó a Bea! ¡Desaparecés y cuando volvés está ella tirada en la carpa con la nariz sangrada, inconsciente y vos dormido acá, con las piernas hechas pelota, afuera, sin hacer nada ni avisar a los guardaparques!- Me gritó.
-¡Pero qué me decís imbécil!¡¿Querés que la deje sola acá, sin saber lo que le pudiera pasar, y yo me fuera durante la noche?!-

Contuve mucho mis ganas de pegarle, es algo que usualmente no me cuesta, y hablo en general, con cualquier persona, pero la situación me sobrepasó por mucho, Bea no despertó y aparentemente tenía sangre  en la nariz.
Corriendo, empujándolo, voy a la carpa para verla. Resulta que tenía un poco de sangre, como el recorrido de una gota que le salía de la nariz y terminaba apenas en la comisura del labio. Seguro fue la epilepsia. Comencé a moverla, a gritarle.

El tiempo que tardó Bea en reaccionar, con un gesto perezoso, fue de lo mas denso que viví en mis 21 años. Interminable, durísimo al pensar que ella estaba por morir o con algo muy grave.

La abracé muy fuerte. Luego lo miré a Fernando y lo abracé, muy fuerte, con mas cariño porque esté bien que con bronca, pero con mucha de ambas.

-Bea tuvo convulsiones, al igual que yo los otros días. Por eso desaparecí. No es nada grave, ya me informé al respecto, pero tendríamos que ir a un hospital, en Buenos Aires.- Le dije en medio de ese abrazo paralizante y espontáneo.

Lo miré, él se quedó sorprendido, en silencio. Le di unas palmadas con fuerza en la espalda, casi desquitándome.

Bea no entendía nada, pero gritó, casi cómicamente.

-¡Ah dios mío, estoy viendo un punto y no se va, no se vá! ¡Me voy a quedar ciega!¡Me duele todo el cuerpo!- Gritó llorando, asustada.

Me reí y le dije que se iba a ir, que ella se desmalló en el agua y que yo la traje nadando, ella no me creyó, pero rápidamente entendió porqué estaba toda húmeda la carpa y las cosas, además percibió con mucha intensidad su dolor en todo el cuerpo.

Les expliqué lo que entendí hasta ahora, que las bandurrias dejaron de gritar desde el día que ocurrió el primer suceso, conmigo. Luego, lo que me comentó la anciana, los llao llao y su polvo naranja, la extraña similitud con las cañas colihue en Neuquén y ese efecto extraño con la cámara.

A medida que mi explicación se desarrollaba, la cara de ellos se revolvía en gestos de extrañamiento, lejos de convencerse.

"-La cámara... recuerdo haber tomado fotos.-" Me dije con esperanzas.

Les mostré, en el display de la cámara, las fotos. Eran simples y pintorescas, desenfocadas y sobre expuestas imágenes del reflejo del lago. Eran fotos sin vida.

Quedé como un loco. No sabía cómo explicar toda esta circunstancia, o mas bien, no estaba muy seguro de que todo este relato podría oírse verdadero. No había chance. Muy complejo.

Las cosas estuvieron muy tensas entre nosotros. Yo me sentí muy herido.
Me trataron silenciosamente como loco. Bea, a pesar de sus pensamientos hacia mí, me conversaba, casi con pena. O quizás lo percibí así yo, sugestionado por la desconfianza creciente que demostraban hacia mi.

Nos fuimos del parque nacional, atravesándolo, yendo para Esquel, para tomar nuestro micro hacia Bahía Blanca.

Era hermoso el cambio de color del agua que llenaba los lagos; mientras mas al sur, mas verde se veían. Me sentí mal por no haber podido baja al lago Futalaufquen, yo había propuesto ese destino, ahora pendiente y tan cerca.

Esquel fue breve, pasar la noche y la tarde del otro día hasta arribar el micro.
Durante la noche arme la carpa solo y Fernando fue a pasear durante la noche. Beatriz fue a un hostel, podrida de dormir en carpa. Hizo muchísimo frío y viento. Fui a una rotisería que me vendió empanadas de queso solamente, porque no tenían sin carne.
Me dormí antes de poder ver entrar a Fernando.

Recuerdo que me fui solo a comprar un litro de yogurth con muchos cereales para descubrir que Fernando me acompañaba. Fue un gesto que me hizo muy bien. Comimos en silencio, al pie de un busto de Perón, en esos bulevares enormes que hay cerca del casino, donde se puede ver casi toda la ciudad, curvada por su construcción sobre terreno que tantea las montañas.  A la mañana siguiente, subimos al micro en silencio: me tocó viajar en una butaca separada a la de ellos, casi por común acuerdo.

Antes de llegar, vi algo increíble: vi el segundo arcoiris al amanecer. Los arcoiris tienen una repetición mas pequeña, que se forma muy a lo lejos, con algunos colores superpuestos. Es muy lindo, ver ambos arcoiris, como si fuere una estructura cíclica que se esconde en el horizonte y te persiguiera en el movimiento matutino del micro sobre todo el pasto, alejado del desierto de la meseta patagónica.

Nuestro tren salía durante el ocaso. Había que pasar la madrugada y todo el día en la ciudad, ya casi sin plata.

Yo, tentando la suerte de que me roben, me tire a dormir en la terminal. Lo bueno es que estuvimos los tres juntos en ese momento, casi sin hablar. Bea describió una nueva faceta mía: El modo terminal. Según ella es un modo en el que caigo al estar cansado, sucio, hambriento y confundido. Es verdad, me costaba mucho responder sabiendo que no comía hace casi un día y que no nos bañabamos hace mas de cuatro. Estaba dolorido y rengo, por todos eso ataques que sufrí y principialmente el empeine dolorido por rescatar a Bea. Ella se reía porque parecía un indigente.

Al salir un poco el sol, decidí irme a dormir al pastizal cerca de la estacion de tren, a unas cuantas cuadras de la terminal. Era yo, el sol, el pasto y las hormigas.

Que bienestar tan simple, tan noble. El sol, la brisa y nada mas, mi vida casi colapsada en el viaje que termina y la amarga vuelta que nos trajo casi separados, pero juntos.

El viaje en tren duro mas de 16 horas, y las butacas nuevamente eran pequeñas. Por suerte estaba muy cansado para comodidades y dormi casi todo el viaje, tomando agua y mirando la ventana entre lapsos.

El tren atraviesa la llanura llena de dorado y verde intenso; la noche y las luces de los postes, denotan caminos de camionetas y casas modestas incrustadas en árboles y mucho pasto, por todos lados.
Las nubes rojas, amarillas, blancas, grises, violetas y las estrellas, todas el techo de la basta tierra bonaerense.

Me puse ansioso al ver que estábamos en las vías que corresponden al Roca, porque ya estábamos llegando.

Constitución y su húmedo y tumultuoso clima fue una locura: mucha gente, gritos, ruido, empujones y desconfianza, muchas de las cosas que no sentía por un mes.

Los papás de Bea y Fer estaban esperándolos. Me saludaron también muy bien pero rápidamente fui ignorado, así que me fui saludando con un abrazo a todos pero mas a mis compañeros de viaje.

Tomarme el bondi fue consumar todo ese viaje. Yo, todo sucio, sobre un colectivo que podría haber usado en un circunstancia normal en capital. Hoy sirvió para terminar una etapa, tan extraña. Quizás la amistad de Beatriz y Fernando, capaz una aventura o un brote de locura. Todo eso, en el contraste de la ciudad enorme y yo, tan simple con mi mochila y mi ropa gastada.

Caer a mi casa, saludar a mi familia, mi cuarto, con espacio de sobra para mi y mis cosas, pero sofocante. A los pocos dias volví al trabajo, reacio e insensible. Llegar a mi casa nuevamente, mirar el techo y sentir que todo este viaje en realidad me ayudo a hallar algo tan susceptible en mi, tan frágil. De qué manera termine tan permeable a lo monótono de mi vida, que para mí nunca lo fue.

Durante la noche siempre recuerdo la imagen que ví detrás del lente de la cámara, imborrable y apacible. ¿Será que esa tranquilidad es inalcanzable en las ciudades?
¿Habrá sido verdad toda esa trama tan misteriosa? Cuántos misterios guardará esta realidad.

Siempre tuve tendencias de quedarme maravillado y confundido con la naturaleza, sin poder soportar el peso de la inmensidad, pero este viaje me demostró que estoy rendido a esa sensación que me vuelve diminuto.

Fue una semana muy triste y aburrida.
Pero bueno, lo mas loco es que una vez que terminaron esos días grises, Beatriz me mandó una noticia por celular: decían que habían encontrado muchísimas bandurrias muertas en la costa del lago Rivadavia, en el brazo norte, durante la mañana que estuvimos en Bahía Blanca: día después de la luna llena.

Los escalofríos me consumieron: quizás ese peso sí sea insoportable.

Comentarios

Entradas populares