Las esfinges de Galileo.

Sagredo, imbuído en el frenesí que autoconvoca la sorpresa (sin hartarse aparentemente) muestra a un ronda de gente que, agregando agua muy salada en un pecera con agua dulce podría frenar una bola de cera que contiene bolillas de plomo, adecuadas a un peso particular. La bola se detiene en el medio del recipiente, reposando en suspensión. En otra experiencia análoga la bola se hunde esperadamente en el recipiente, esta vez solo con agua dulce, hasta tocar el fondo; pero se detiene, flotando en su confinamiento húmedo, al medio del alto de la pecera luego de agregar el agua salada, ascendiendo hasta el reposo. Los espectadores quedan anonadados.
Presten atención a esta parte, fundamental por su puesto, porque la naturaleza en lo plausible de su simpleza, armoniosamente complejiza en sus combinaciones mas banales. Agua salada y la esfera se suspende. Luego Sagredo agrega una cantidad sustancial de agua salada a primer hervor al recipiente. La bolilla se hunde. Era agua que fue salada al mismo tiempo que la primer porción fría que se agregó.
Bueno, uno podría alegar muchísimos argumentos "científicos", muy acertados indefectiblemente; densidades, empujes, velocidades de difusión y un montón de artilugios más. Pero este misterio hidrostático que propone Sagredo en su impulso (anhelando la introspectiva del público), es ver lo bello y confuso que resulta ser el mundo, porque aquí, antes de él, no hay modelo siquiera para explicar ese equilibrio tan particular y esa discriminación de las gravedades específicas de los medios solo por calentarlos o salarlos, como si el calor modificara una propiedad intrínseca de la materia; difícil validarlo para él, pues no existía la concepción química siquiera en ese entonces.
Pero este experimento es, digamos, algo común y corriente para una mente de siglo XX, ni hablar para una del siglo XXI.
Pero a pesar de 400 años, Sagredo me sigue impresionando, porque la comparación que sugiere va mas allá, es decir, plantea a piel viva esa interfaz tan oscura y difusa que es el límite del conocimiento. Hablo del momento en que una teoría deja de explicar la realidad de forma irreconciliable. No hay conocimiento, sólo percepción, uno solo con la naturaleza sin el legado protector que constantemente nos rescata de esta oscuridad tan accesible pero a la vez tan incómoda- no es posible vivir plenamente con los ojos cerrados-.
Sagredo continúa, mas bien como justificación (casi motivación diría) de la mecánica pudiente y adolescente de Galileo: afirma que si el agua mas grave (la salada) puede fluir ininterrumpida hasta el fondo de la pecera sin mezclarse en el fluido colocado con antelación (agua dulce) es porque el agua no se mezcla debido a que en esas circunstancias no tiene viscosidad alguna (o mas bien tiene una viscosidad sumamente pequeña). Sólo pasa desapercibida por el costado donde se echa suavemente hasta decantarse. Toma agua salada teñida con tinta y la hecha adecuadamente. Se observa agua transparente arriba, debajo, agua teñida. Recordar que la viscosidad es la oposición de un fluido al movimiento y éste, en su recorrido, se aferra por interacciones múltiples al espacio que lo contiene, el caso del agua salada que es confinada por el agua dulce y el vidrio, cuando se vierte. El hecho que no se mezclen y se depositen ordenadamente por gravedad especifica hace pensar a Sagredo su baja viscosidad, dado que el agua que se vierte no genera turbulencia en el agua ya introducida, debido a que la segunda no se aferra a la primera en el treyecto.
Sagredo no dijo nada extraño para nosotros, efectivamente el agua tiene una de las viscosidades mas bajas de los fluidos cotidianos ( 0,8 cSt aprox. vs 5 cSt del aceite de maíz), pero entonces muy elocuentemente se pregunta cómo es que el agua queda retenida sobre una hoja de pasto luego de la lluvia. La gota permanece ovóidea y estática, completamente aferrada, como si fuese muy viscosa. Al aceite de maíz no le ocurre lo mismo, de hecho se esparce sobre la planta si éste es vertido sobre ella.
Entonces, en socorro a esta problemática Salviati responde a Sagredo.
Plantea tomar esa pequeña hierba donde se posa la gota de agua, ponerla en un vaso vacío y llenarlo lentamente con vino. La gota se mantiene confinada por el aire y por la superficie de la planta. Su duda fundamental: ¿Es por la viscosidad del agua misma que ésta se opone a fluir a través de la hoja?. Entonces el nivel de vino sube muy lentamente hasta acercarse ínfimamente a la gota de agua y, ésta, muy precipitadamente se sorbe por el vino al mínimo contacto.
Evidentemente es un factor externo que no depende del agua en sí, sino de su entorno: el aire, la hoja y no el vino. Estas cualidades escapan del entendimiento de ambos; por qué esa selectividad y no simplemente se escurre y envuelve la hoja. Sorprendentemente hay fuerzas que guían el agua, o eso pareciera.
Pero aún hay mas, uno esperaría que el agua fluya hasta que esté completamente confinada por el recipiente y la acción sobre sí de su propio peso, como ocurre con el agua salada y dulce.
Pero Salviati, observador minucioso, plantea algo aún mas sorprendente, que viene dado por usar una gran burbuja de vidrio con un pequeño agujero. Esta ampolla se llena de agua y se acerca su orificio al borde de un vaso lleno de vino, posando el agujero sobre la superficie roja del fluido. Se puede observar muy notablemente que el vino se introduce en la ampolla como una pequeña estela enredada y cambiante. Ahora, dado lo observado, el vino sube por el orificio de la ampolla, o bien, fluye por el orificio hacia arriba. Podría ser un indicio de que el vino es menos grave que el agua, lo que provoca ese ascenso.
Lo sorprendente es que si se mira con mucho detenimiento, se ve una estela transparente penetrar el vino: agua bajando. Un dibujo espejado e invertido sobre la interfaz vino-vidrio-agua. Entonces, el flujo de agua es hacia bajo y el flujo de vino es hacia arriba. Salviati advierte que ambos fluidos se traspasan entre sí, lo cual no tiene sentido, en todo caso un solo flujo de líquido sería el preponderante dependiendo la presión que éste pueda ejercer. Pero se observa eso, se traspasan, violando en apariencia las reglas de la fluídica primitiva.
Y es algo que no ocurre con un vaso de aceite y una ampolla con agua. O una ampolla de agua sostenida sobre aire: es normal ver que si se quiere que el agua fluya por un pequeño orificio se tiene que dejar entrar aire al recipiente que la contiene para que la presión se mantenga constante, pero el aire no entra por el orificio en el que cae el agua(si es lo suficientemente pequeño). Entonces estos fluidos, el agua y el vino, admiten esa superposición.
Aquí quizás, nos alejamos de los Discursos de Galileo, porque no trata mucho mas estos temas.
Pero ese acercamiento tan sublime y misterioso genera eso mismo que buscó provocar Sagredo en su público, pero anacrónicamente su público está 400 años en el futuro y conoce el fenómeno tan bien que ya no caben preguntas (nuestro gran problema, ¿No es así?)
Increíble haber estado en ese entonces tratando de racionalizar este fenómeno tan caprichoso, despojados de todo modelo microscópico. En el presente todo esto es sumamente abordable, mas que nada por la química y la argumentación convincente de la termodinámica estadística que guía todo hacia el equilibrio.
Pero nunca hay que olvidarse, a mi parecer, de que la percepción nos gobierna. Uno queda absorto frente a su inmensidad y su oscuridad tan envolvente, entonces apela a algún mecanismo de producción de ideas para justificar todo el misterio que nos rodea y así avanzar a través de esa oscuridad muchas veces esgrimiendo a la teoría como la verdad absoluta. Pero no hay que confundirse, nunca dejamos de estar a oscuras.

"las aguas tienen un recurso más
moviendo las olas ya no hay realidad
ondas en aire"

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