Chica compleja.

Se deshace mirando su reflejo en la ventana del colectivo, interpelándose. Su imagen es tan simple como los reflejos de los demás, fáciles de ver a esa hora de la noche. Pero le llama la atención la sincronía de ese ser virtual, el mimetismo con su piel. Las gotas de llovizna y las luces de la calle sólo opacan ese reflejo, lo tajean rápidamente para volverse a formar en esa figura de cuerpo que tanto se parece a ella y que la condena, en contraposición, a un espacio finamente delimitado. Se percata. Suspira hondamente. ¿Cuándo termina ella y empieza el reflejo? recorre con la vista la distancia que hay entre su hombro y el vidrio. Tristemente asiente. Carne y hueso no terminan siendo nada, se pueden imitar sobre un pedazo de ventana. Ah pero la muerte de las imágenes de ella son como la caída de una hoja entre la hierba. Una foto retrato que por antigua va perdiendo su composición química, lentamente; el reflejo en el vidrio, alejándose al compás de uno, hasta que otras luces le ganen o pierda su nitidez y desaparezca en la lejanía. 

Oh pero si apenas se hubiera alejado...

Cansada se concentra en el borde de sus pupilas, camina con la mirada sobre las coincidencias estéticas de ambas piezas oculares complejísimas, seguramente irreproducibles, como ella. ¿Cuán real es un reflejo?.Confundida, marca los hitos de la emulación en sus rasgos, en su maquillaje, en su bufanda, en su ropa reflejada, que momentos antes eran su deliberación incondicional a ser distinta y ahora no es mas que la reproducción de una visualización propia, como aquel reflejo. 

Se acaricia la mejilla, desfragmentándose. Acaricia el vidrio, donde se proyecta su mejilla.
Suspira nuevamente y se lanza hacia el vacío entre la comisura de sus labios.


Es fácil rendirse, no hay que meditar demasiado, ni tanto devenir, ni tanto tomar, ni tanto nada. Es cuestión de dejarse acosar por el interludio blanco, intermitente hasta el cansancio. Tener un desapercibido viaje mas allá de las inseguridades, una tristeza que exalta la nada que llena la piel y el compendio de recuerdos. Lo sublime de esa fantasía es que te castiga con la presencia parcial al mundo lleno de colores, de colectivos, de afiches rojos, de electrodomésticos, de pañuelos verdes, de comida china, de cosmogonía porteña, de fotos memorables, todo eso que te arroja a una copa de vino para atenuar su peso acercándose. Pero esa sensación me atrapa, me involucra en una historia en que ella esta allí, sincerada con mi ausencia, sumamente tenue...
Me deja tendido, me rodea de agua. Siempre es igual, llega el agua y la esperanza exigua de reaccionar y apartarme de ese sueño se pierden en un mar rencoroso que me arrastra hasta el final. Luego es llovizna, preludio blanco, presencia parcial, hojas que caen suavemente y mueren en la hierba iterativamente hasta que te hallo. En ese momento siento la quietud aplastante del que contempla el final de una historia, la muerte de una imagen secándose en el escenario de los sueños.
Pawel Kuczynski

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