Como un niño.
Fue la primera vez que miró las casas de esa manera; sumamente aturdido, nervioso, frustrado. Pensó que cada una de esas casas le correspondía a alguien, y que esa variante humana había construido o comprado su respectiva residencia a partir de mucho trabajo. Se miró las manos y las sintió pequeñas, incapaces de contener todo ese esfuerzo que suscitan las tremendas casas de Vicente López.
Caminando las cuadras interminables de la colectora de General Paz, el viento le enfriaba el cuerpo, sintiéndose vulnerable a lo invisible, al frío, a la tristeza, al vacío inminente que florece como el residuo de la especulación de "cuántos" años y dinero tendrían que pasar por su adolescente cuerpo para asentarse, para culminar la presión dentro de la presión, para tatuar a Buenos Aires con su nombre, para creerse que nada fue en vano, para lograr un espacio para su futuro, para tener hijos, para envejecer y consolidar su identidad y su legado, para que la casa se parta en dos al morir, para justificar el hecho de porqué esta caminando contra el viento rumbo a puente Saavedra con la intención de seguir buscando empleo, porque cuenta necesariamente la plata de cada viaje, cada comida, cada imprevisto, para que su mentira patógena culmine de una vez y por todas; que se grite que no es realmente el viento, ni el frío, sino el rechazo agazapado, la casa siempre ajena, el miedo a nunca ser grande.
Naciéndole un brote de tristeza, apuró el paso, concluyendo antagónicamente que la confianza es sólo un artificio para disipar los susurros.
Caminando las cuadras interminables de la colectora de General Paz, el viento le enfriaba el cuerpo, sintiéndose vulnerable a lo invisible, al frío, a la tristeza, al vacío inminente que florece como el residuo de la especulación de "cuántos" años y dinero tendrían que pasar por su adolescente cuerpo para asentarse, para culminar la presión dentro de la presión, para tatuar a Buenos Aires con su nombre, para creerse que nada fue en vano, para lograr un espacio para su futuro, para tener hijos, para envejecer y consolidar su identidad y su legado, para que la casa se parta en dos al morir, para justificar el hecho de porqué esta caminando contra el viento rumbo a puente Saavedra con la intención de seguir buscando empleo, porque cuenta necesariamente la plata de cada viaje, cada comida, cada imprevisto, para que su mentira patógena culmine de una vez y por todas; que se grite que no es realmente el viento, ni el frío, sino el rechazo agazapado, la casa siempre ajena, el miedo a nunca ser grande.
Naciéndole un brote de tristeza, apuró el paso, concluyendo antagónicamente que la confianza es sólo un artificio para disipar los susurros.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarFuerte. Increíble. Durísimo. Muy bueno.
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