El descenso.
Es algo así, como que la vida tiene gusto a polvo, a mentira de bien y mal, a sabotaje; la etapa en que el aire se detiene y uno piensa sin tambalear; la monotonía de crear espacios entre otros, hacerles creer en algo; el momento en que la tarde no tiene temperatura ni ruido y las veredas, pobladas de silencio, dan pena. Se siente así, y es un proceso, a diferencia de las sensaciones conmocionantes que siente un adolescente,
(¿Cuán ingenuo uno podría ser?)
sino una paulatina corriente metamórfica y coherente entre sí de pensamientos muy acertados;
(La posición inherente a la sensación de altivez)
sumergirse en un lago espeso, calmo y oscuro -rodeado de viento, en un valle penumbroso pero familiar, evocado desde siempre y nunca recordado- , rompiendo la viscosidad cada vez mayor, primero los tobillos, luego lo más difícil, el sexo, que golpea el frío y los espasmos subsiguientes, el líquido acaricia todo el cuerpo, que cede de a poco a su profundidad, inmensa y progresiva, calma y hambrienta por cubrir los ojos
(El deseo del desamparado, la negación redentora; privarse de la vista)
, pronto, las manos son devoradas por la ausencia de sensaciones, las piernas sólo sirven para tantear el fondo de un lago de saliva, que cíclicamente ingiere y escupe, satisfaciendo las estaciones, tornando necesario y reincidente a este descenso, manteniendo el nexo con el confín mas lejano de uno mismo, y que, desmesurados, el fin y el comienzo, se entrelazan en la danza anacrónica de la tristeza.
(¿Cuán ingenuo uno podría ser?)
sino una paulatina corriente metamórfica y coherente entre sí de pensamientos muy acertados;
(La posición inherente a la sensación de altivez)
sumergirse en un lago espeso, calmo y oscuro -rodeado de viento, en un valle penumbroso pero familiar, evocado desde siempre y nunca recordado- , rompiendo la viscosidad cada vez mayor, primero los tobillos, luego lo más difícil, el sexo, que golpea el frío y los espasmos subsiguientes, el líquido acaricia todo el cuerpo, que cede de a poco a su profundidad, inmensa y progresiva, calma y hambrienta por cubrir los ojos
(El deseo del desamparado, la negación redentora; privarse de la vista)
, pronto, las manos son devoradas por la ausencia de sensaciones, las piernas sólo sirven para tantear el fondo de un lago de saliva, que cíclicamente ingiere y escupe, satisfaciendo las estaciones, tornando necesario y reincidente a este descenso, manteniendo el nexo con el confín mas lejano de uno mismo, y que, desmesurados, el fin y el comienzo, se entrelazan en la danza anacrónica de la tristeza.
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