El corredor.

Abrió los ojos de repente, como si se hubiese acordado de que estaba durmiendo, está bien, se levanta, se viste, sigue su muerte paulatina y segura, se pone abrigo, se calza (nunca le dio mucha importancia a los pies) y comienza a trotar, para luego adquirir el ritmo de la corrida, esquivando las esquinas y columnas de su casa, para salir por la puerta a puro trote en pleno invierno y embocar el pie en el centro de las baldosas, cosa de no pisar las líneas, sortear los pastitos transgresores del dominio de la vereda. A veces se anima a correr en el cordón, pero hoy no lo hizo, sino que subió al colectivo sin arriesgarse, corrió en el pasillo hasta sentarse y seguir corriendo, se preguntaba por qué la gente corría tanto y se le ocurrió que quizá esa gente huya de algo. Pero el corredor rápidamente corrió y se vio enfrentado a una multitud poblando el colectivo que paró en Ramos; se detuvo para ver si alguien necesitaba el asiento. Retomando la marcha sin divisar algún posible candidato, ya corriendo y viendo correr a algún pasajero desganado, cerró los ojos y optó por correr dormitando. El viaje es largo y enteramente de él.
Le gustó el momento en el que se olvidó de su corrida, aún ya alcanzada mucha velocidad - en términos de corrida- porque apareció alguien con ojos nobles y perfume de colores, pero sintió aumentar su ritmo cuando se percató de que ella no estaba más, sino que siquiera fué, corrió y corrió, mirando la ventana, inventándose el recorrido para nunca parar y mirar donde se detuvo a buscarla..

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