Se acerca reptando, subiéndose de la experiencia que no pudimos vivir.
Hoy, por primera vez, pude atrapar un copo de nieve que se preste para ser observado en un microscopio electrónico. Fue abrumador mirar la micrografía ya revelada. Me sentí muy dichoso de haberlo hallado, pues me costó mucho, porque no todos los copos tienen la forma estrellada tan bella como el de que encontré. Fui consciente de la belleza que dilucidé, desde el primer momento. También me percaté de cuán perplejas quedaban las personas al ver el copo de nieve, trataban de encontrarle forma, en cada arista había millones de chances de ser algo que conocieran, pero la perfección de su estructura tan simple prestaba a confusiones tales que el misterio podía conservarles intacta la adicción de observarlo; de perder paulatinamente toda similitud con el mundo macroscópico. Lo atractivo, admito, era intentar imaginarse la calma en la que crecen tales cuerpos.
Viendo diversos trabajos de cristalografía, encontré qué patrones respeta el crecimiento de algunos copos, como si el hecho de ser hermoso fuese consecuencia de una repetición en si mismo, había muchas formas, muchos tamaños en que las formas redimensionaban el patrón de maneras más llamativas. El fervor en el que crecen tantos, tan alto y en tantas partes del mundo y cómo se amontonan en montañas, en veredas, cómo componen muñecos y cubren árboles y techos, me obliga a creer que lo más usual es lo que sabemos ignorar diariamente, que increíblemente vivimos sobre palacios de tamaños minúsculos esculpidos por la misma mano que moldeó las estrellas. Nuestra ignorancia es aberrante.
Conmocionado por esta idea, me propuse analizar los registros de las muestras que precedieron el copo tan bello que tuve la suerte de encontrar. Recapacité acerca del tiempo en que tarde en hallarlo. Fue demasiado. Ahora gozo de mirar con mera tranquilidad mi pequeño fractal de agua, pero cuan cerca habré estado de atrapar algún copo más atractivo que el que ahora guardo con ansias. En todo ese tiempo ignore todas las oportunidades en que la hermosura se manifestó tan inocentemente a mi alrededor, cuantas veces me he perdido la revelación de tal belleza, me siento extraviado, siento que cargo con una inconsciencia tóxica, impedidora, constructora de una realidad tan distinta a la que riega la naturaleza sobre todos. Me siento víctima de una clase de autismo tenue y selectivo, como un filtro que deja difundir sólo colores grises. Quizá en esta confesión me resuelva como loco, pero ahora le hago a usted una pregunta ¿No ha dicho, múltiples veces, que la Luna es hermosa?¿Acaso usted vió todas las caras de la Luna?
Ahora, me temo decirle, que nos parece bello todo lo que esconde, todo lo que enamora sólo con el rostro y esconde un cuerpo espeso y negro, todo lo que goza de una esencia criminal que nos acecha, escondido detrás de confecciones áureas que atraen como la Luna a los de la Tierra, como el silencio al enamorado; como la vida a la muerte.
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