El corto camino al chino.
Cuando voy al chino a comprar cerveza es usual que lleve envase. Al cerrar el portón de mi casa, una vez afuera, lo primero que hago es poner hacia abajo el cuello de la botella vacía, para sacarle todo el remanente que tuviera (que casi siempre es poco). Cuando cae el resto de cerveza en le suelo hace un ruido que siempre me recuerda al vómito, me da una sensación de que se cae un líquido espeso que cruzó con prisa todo el cuello para pasar por un orificio contracturado y redondo. El caer es la purga, y el sonido es la confirmación que no hay vuelta atrás.
Generalmente voy al chino a comprar las cosas que voy a cenar yo y mi gata, mi gran amiga.
En el corto camino al chino todo es distinto a mi casa, de repente estoy caminando en un lugar todavía poco conocido que es centro de Ramos.
Cuando llego al chino saludo a los dueños y a la verdulera. A veces saludo al hijo de los dueños, que es un nene muy agradable pero que duerme siempre en el frescor del piso del supermercado, a veces con un alfajor o chocolate en la boca.
Cuando recorro las góndolas me fijo qué me falta. Nunca agarro canasto, siempre me alcanza para llevar una cerveza, comida para gato, pan y verduras.
A veces llevo una golosina para mi gata, que es la que me hace companía todas las noches. Digo, si me cuida tanto porqué no comprarle cosas dentro de sus gustos; me parece muy justo.
Cuando salgo del chino con las bolsas y el frío latente de la cerveza me doy cuenta que lo único que me impulsa a la rutina es tomarla antes que se caliente y escuchar música mientras como y mientras me acuesto, porque la noche es larga y mi cordura es limitada; el sueño es lo único que me salva de mi mismo.
Generalmente voy al chino a comprar las cosas que voy a cenar yo y mi gata, mi gran amiga.
En el corto camino al chino todo es distinto a mi casa, de repente estoy caminando en un lugar todavía poco conocido que es centro de Ramos.
Cuando llego al chino saludo a los dueños y a la verdulera. A veces saludo al hijo de los dueños, que es un nene muy agradable pero que duerme siempre en el frescor del piso del supermercado, a veces con un alfajor o chocolate en la boca.
Cuando recorro las góndolas me fijo qué me falta. Nunca agarro canasto, siempre me alcanza para llevar una cerveza, comida para gato, pan y verduras.
A veces llevo una golosina para mi gata, que es la que me hace companía todas las noches. Digo, si me cuida tanto porqué no comprarle cosas dentro de sus gustos; me parece muy justo.
Cuando salgo del chino con las bolsas y el frío latente de la cerveza me doy cuenta que lo único que me impulsa a la rutina es tomarla antes que se caliente y escuchar música mientras como y mientras me acuesto, porque la noche es larga y mi cordura es limitada; el sueño es lo único que me salva de mi mismo.
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