Como si los párpados fuesen un trozo de carne que no nos dejase ver dormidos.

Es el producto de tener muchas horas muertas, de esas que pican y molestan durante la noche; las que engendran sueños lúcidos. Te planteo esto porque no encuentro otra manera de hacerte ver lo que te digo, porque es sumamente complicado. Si pudiese mostrarte lo que es estar sumergido en la niebla. Creo que si planteo esto desde el principio, devuelta, capaz se entienda mejor.  ¿Nunca te ocurrió estar en una cama sin barandas, en una suerte de colchón convexo, o algo así?. Bueno, pensalo así, como que no tenés centro cuando estás relajado a punto de descansar, tirado en la nube oscura que simulan ser párpados, como si realmente cerrásemos los ojos. Vos seguís viendo, la confección tisular del ojo permanece igual que siempre, osea que no dejas de ver, no dejás de transcribir información que fue introducida a tu cabeza por el ojo, sinó que ocurre una puja continua en opacar esas tenues luces que logran vencer los párpados. Ahora a esa lucha incesante en que consiste el sueño agregale el desequilibrio que te planteé en un comienzo, la niebla. Soñar, que es un proceso distinto y no consecuente con el de dormir, ocurre cuando las perturbaciones externas son vencidas por las ideas internas (cuando me refiero a internas quiero aludir a que son originadas de un sitio dentro nuestro pero extraordinario a nuestra conciencia, como si fuesen impropias), resultando una simulación, un estado de trance recreativo e incontrolable. Te aclaré que es discriminable del hecho de dormir porque podés hacerlo sin percatarte de tus sueños, de la misma manera que te quedás pensando, inmóvil y mirando un punto fijo, cosas que vendrían a ser la prolongación de un pensamiento inoportuno, como si hubiera otras formas de perder el control de la cabeza, como si desconcentrarse fuese dejar ganar la puja interna. Y así uno sueña sin dormir o duerme sin soñar, pero es complicado no tener el equilibrio y el orden entre ambos estados porque uno vendría a confundirse, a comenzar a olvidar, deja de ser precavido, comienza a ser un despistado. La dinámica de la transformación es desconocida. Se empieza a ser despistado cuando la niebla encuentra la calma a tu alrededor, cuando ambas partes son víctima de la simbiosis; la tristeza se incrusta en la introspección, se une al ojo, se inmuniza al párpado. Entonces todo es en vano; las charlas, las lágrimas, las drogas, la compañía, los atentados, los razonamientos, porque al final de todo la niebla escolta cada mensaje, su intromisión se vuelve suculenta y reiterativa. La puja se torna cada vez mas innecesaria, el confinamiento de lo impropio repta hacia afuera de uno como si tuviese pseudópodos capaces de filtrarse en las barreras que naturalmente existen, para llevar a la conciencia a un estado sumiso, delirable, inoperante. Y mientras tanto esas cosas entán entre los pómulos y las cejas, sobre los ojos, como si sirviesen para marcar el límite entre el sueño y la vigilia.

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