La abuela que regula el mundo.
Naturalmente todos pensamos que la realidad se rige con una mecánica misteriosa, pero todo aquel que se adentre en la cinética del futuro y logre contemplar toda crónica con frialdad y objetividad, se daría cuenta con la simpleza con que suceden las cosas. Es más, desmenuzando en pequeñas premisas la serie de espontaneidades uno podría percatarse de que todo, absolutamente todo, obedece una serie de reglas axiomáticas. Con la pretensión de desnudar la realidad y mostrarle a usted una de las cuantas leyes (tan solo una, porque resulta muy difícil explicar la totalidad, que cada vez se volvería mas abstracta), voy a narrarle el acontecimiento mas demostrativo que supe hallar.
Esta es la historia (más bien la reconstrucción de la historia) que Germán, un joven de 22 años, y muy buen amigo mío, vivió antes de perecer a manos de un delincuente.
Germán, al igual que yo, creía en la serie de leyes que les he comentado. Él, puntualmente, pensaba que la principal regla de la naturaleza consistía en que todo lo que haga cualquier tipo de cambio a la realidad, sentía sobre sí, la perturbación opuesta que generó; acción, reacción.
Él tampoco supo desde cuándo empezó a percibir esta regularidad, pero desde que conscientemente la relacionó con las espontaneidades de la vida diaria, comenzó a confiar más en esta especie de ley, extendiendo su uso a prácticamente todos los aspectos de su vida personal.
Es corriente que el hecho de hacerle un regalo a alguien, es mutuo, ya que si el obsequio gusta al agasajado, uno goza la gratitud ajena, de la misma manera que si no le gusta, la incomodidad es recíproca. Más generalmente, creía que si uno concreta alguna acción perjudicial a un ser querido, uno siente, en igual magnitud del mal concretado, el implacable remordimiento; toda interacción tiene un componente personal, un leve arrepentimiento omnipresente.
He cruzado conversaciones con Germán sobre este tema, pero nunca pudimos sacarlo del contexto del palabrerío de noches de vacaciones o charlas de colectivo, hasta que un día, con cierta convicción ajena a él, me invitó a comer en la pizería que solíamos ir en ocasiones especiales: me comentó que encontró la prueba metafísica sobre nuestra conjetura.
Así de loco. Pero cómo disfrutábamos esas charlas.
-Iván, vos te das cuenta de esto, y desde que te conozco siempre lo pensate, solamente que es un quilombo formalizar algo así, algo que es inverosímil a menos que en la explicación no quede ni un cavo suelto. Creo que por eso es difícil explicárselo a los demás.-
-Ger... vos sabés que son boludeces todo esto. Que tiene sentido no te lo niego, pero llegar al punto de querer justificar al mundo, y encima comentárselo a la gente... para mí es una gilada. Esto tiene sentido en conversaciones emanadas de la mente de dos giles de 22 años, no digo que seamos tontos, pero ponete a pensar en la magnitud de la abstracción de nuestra conjetura.-
Germán asintió con la cabeza, admitiendo de alguna forma lo que había dicho yo, así que seguí:
-Ponete a pensar lo loco que suena todo esto, suficiente que salga de nuestras cabezas, que quiero creer que están sanas... .-Como si se hubiese molestado, contesta:
-Pero no entendés, podés vivir con todo esto, una vez que te enterás del mecanismo, te sentís humano, simple, admitís que estás rendido a la parte de tu cabeza que no controlás. Todo el mundo piensa en estas cosas, se pregunta "¿Qué hizo el otro?", "¿Por qué hice esto?" y cosas así, esto es el fruto de la reflexión de todo el mundo y creo que la explicación es una boludés, es tan simple como... -.Lo interrumpí:
-Pera, no seas boludo, esto es un delirio ¿Cómo mierda podés explicar todo esto?, no hay pruebas, no hay forma de transmitir todo esto en una conversación con cualquiera, si pensás que... .-De la misma manera que yo lo frené, él tomó la palabra, pero con tono misterioso, y a la vez seguro:
-Sí hay prueba, y es la conciencia.-
Luego me toca la rodilla con el vaso de vidrio lleno de coca y sucio por los costados con aceite de la pizza. Lo miré a lo ojos de una manera desconocida para mí. Sentí una sensación extraña pero grata que mucho después descubriría como honra, honra por tener a un amigo con el que pudiese hablar de cualquier cosa. Luego, nos sumimos en un silencio lleno de preguntas, sentados en un par de reposeras, pero ignorándonos, sin saber que en ese momento, estábamos muy cerca de ese misterio en el que oscilan las reacciones de todos. Muy seguramente fue lo que nos inspiró mayor curiosidad y miedo en toda la vida, estar próximo a un secreto tétrico muy bien guardado, sepultado en los pensamientos de todos, la naturaleza misma de nosotros, lo que nos ocupa el espacio vacío en nuestra cabeza durante el día y nos repercute durante la noche; eso que regula al mundo.
Y más escalofriante aún, es pensar que todos deseamos, aunque no nos corresponda, conocer el porqué de los intereses y las relaciones.
Después de ese día nos vimos muy esporádicamente, ambos íbamos a la facultad y se complicaba congeniar horarios. Una lástima, porque la pasaba muy bien con él. Momentos que uno se olvida de apreciar por ser parte del mismo.
Seguí pensando en la conversación que tuvimos, y realmente consideraba que la reflexión de Germán era realmente válida, sinó, ¿Para qué existe la conciencia?. Realmente es (quizá no haya mejor explicación acerca de su origen) la consecuencia del dinamismo en sí de los sucesos; hay conciencia porque existe en todo momento una reacción para cada acción, y ésta, no es mas que la respuesta, la puja interna hacia el equilibrio.
Pasaron unos meses hasta que tuve noticia de él. Fué una noticia trágica en realidad. Me enteré una vez que tenía muchas ganas de hablar con él, llamándolo su casa. Me atendió su mamá. Siempre pareció una mujer un poco loca, obsesiva e invasiva con Germán. Pregunté por él cuando ella me preguntó qué buscaba. La mujer habló con un tono de voz un poco triste, y yo ya la ví venir...
"Lo apuñaló un hombre para robarle, en Ramos, cerca de la Gaona vieja, un día que hubo un apagón, hacía una semana. Él venía de la facultad. Lo levantó de la calle un remisero que pasó por ahí, gracias a dios. Ahora esta en el Posadas"
Cuando me subí al colectivo para ir a visitarlo, me imaginé a Germán casi sin pensar lo que le iría a pasar cuando bajase del colectivo, inocente, como todos. Nadie prevee el futuro que le corresponde a cada uno, o por lo menos no confiamos en premoniciones; un apagón no significaba nada, quizás una puñalada tampoco; hay indicios de cosas terribles que nadan en lo profundo de uno mismo y son leves susurros, tan tenues como reales.
El hospital es enorme, me tuvo que acompañar todo el recorrido Estela, la madre de Germán. Nunca supe en que ala del edificio nos detuvimos, quizás nunca dejamos el cuerpo central. Una vez que llegamos a su habitación, me senté a esperar a que se despierte Germán, junto a mi escolta. Ella intentaba sacarme charla, pero sólo hablaba de temas insípidos. Me limité a responder con muecas o monosílavos. Abusé de mi aparente timidez hasta que dijo una cosa que me llamó mucho la atención: -Me da una vergüenza cuando canta, parece que desvaría-. Se reía mucho cuando lo decía. - Últimamente viene cantando "Lo que no resisto es la conciencia, es la abuela que regula el mundo" o algo así, te digo que ya me lo sé de memoria mirá. Mi Germán-. La ví suspirar. Sentí que su exhalación raspaba su pecho como un arrollo de espinas al lecho; lento y uniformemente. Le seguí la charla, le dije que Invisible es muy buena banda, que capaz no entendía mucho lo que cantaba Germán porque las letras tienen un aire de surrealismo, también le dije que con Germán escuchábamos esa banda hace mucho. Terminamos hablando de que el abuelo de Germán había desechado todos los vinilos del flaco que tenía el padre. También me contó que la muerte del padre fue difícil para él.
Tuve una gran necesidad de hacer silencio. Por respeto a Germán, y al recuerdo de su padre. No me gusta cuando hablan de los difuntos. Salvo cuando habla alguien muy cercano, como un hijo. Siempre se tergiversan esas cosas. La identidad muere con la persona.
Nos dijeron que pasemos a la habitación. Germán lucía muy mal en la cama con la bata. Hablaba muy tranquilamente, decía las elocuencias de siempre, pero le costaba mucho reírse, ya que le causaba un tremendo dolor en la panza, según él. Después de descansar de esa risa dolorosa le pidió a Estela que nos dejase solos. Yo pensé que Germán estaba muy débil para mantener una conversación, pero evidentemente me equivocaría, porque Germán comenzó a relatarme cómo fue que se encontró con el delincuente.
- Mirá, yo volvía de Liniers, en el 302, eran las once menos veinte y Ramos estaba vacío. Lo más loco es que ¿viste la vueltita que da el bondi a la plaza antes de que pare?, bueno, ví toda la plaza iluminada, cuando toqué el timbre para bajar, se apagó todo. Me costó enfocar el suelo, fijate lo oscuro que estaba. Me fuí caminando para casa, con miedo, viste, pero tampoco creía que "algo" me iba a pasar, pero bueno.
-A unas cuadras de Gaona vieja doble para el lado de Carlos Calvo. Estaba tan oscuro, Ivan, no te dás una idea. Me desvié unas cuadras porque había una luz de la calle que titilaba, encaré por ahí para estar iluminado, que se yo, una pelotudés, pero bueno. En un momento me detuve a escuchar lo poco que se sentían los autos en la Gaona, algo que nunca pude apreciar. Me quedé pensando que, en la oscuridad, uno conoce mejor las cosas...-
Lo miré. Quedó perplejo mirando un punto fijo al final de la cama. Me asusté porque me imaginé las cosas que Germán hubiese pensado. Fue un silencio insondeable, como si lo conociese cada vez menos.
-Che, y ¿que pasó boludo?-
-Ah, emm, me quedé pensando en que justo mire un rincón muy oscuro. En ese momento sentí que nunca podría llegar al final de esa penumbra. De repente de ahí, sale un hombre grande, como si hubiese sido parte de la oscuridad y, al verme, se despegara del resto de su cuerpo negro y profundo, para tomar la forma de un chabón enorme y con una mano en su bolsillo, agitado y observándome, todavía anónimo por la oscuridad que lo recubría. Ví el contorno de su cuerpo mecerse con su respiración.-
Me recorrió un gran escalofrío. Me imaginé a mi mismo en esa situación, solo contra el misterio de esa sombra. Ya entrometido en la secuencia, sentí que mi corazón se alborotaba, experimenté alguna intuición de muerte a golpe de navaja. Desesperándome precipitadamente en silencio, busqué una salida a toda esa escena. Lo más impactante es que Germán fue el protagonista verídico de esa pesadilla. Germán me hace reaccionar:
-Eu, te estaba contando, no colgués así.-
-Hace un rato estabas igual.-
Llegué a la conclusión de que no podría llegar a aproximar la dimensión de lo que Ger pasó en ese momento.
- Bueno, las luces que me atrajeron siguieron titilando. A cada resplandor sentía que el hombre cambiaba de posición, como si su movimiento estuviese secuenciado. Se acercaba muy suavemente, como si no quisiera asustarme. A cada intermitencia podía observar parte de su rostro. Era medio morenito, con la cara un poco golpeada y curtida. Creo que se ponía nervioso por la luz, sentí que en la oscuridad encontraba la comodidad.Todo esto que te cuento paso en treinta segundos como mucho, fue rápido, pero fue una trama densa y lenta, llena de un pánico sordo. Es horrible porque todo el tiempo tuvo la mano en el bolsillo, y no sabía que mierda iba a sacar, encima se me acercaba cada vez más, y yo sin moverme, hasta que me dijo "Quedate quieto o te mato, la concha de tu madre". Se me acercó a los piques y me pegó el facaso. Duele como la concha de la lora.-
Le miré el abdomen, cerca del ombligo lo apuñaló el chorro.
- Pero sabés que cuando lo ví acercarse cerró los ojos. Puso cara de espantado. Tardó en sacarme la navaja del cuerpo, se quedo agarrando con firmeza mi hombro, muy cerca mío, temblando. Pude sentir su respiración agitada.Yo me la juego que no quería hacer eso, pero seguro estaba drogado, por cómo se tambaleaba y con la fuerza que se me tiró encima, no midió el movimiento. Fue muy torpe, como un animal muy grandote. Pero, Ivan, no te puedo explicar la cara que puso. Parecía que estaba muriendo él.-
Hubo un silencio, extenso y dudoso, como la incerteza acerca de que si realmente Germán vio eso o no. Creo que ni él sabe si sucedió realmente lo que contó; la idea de que Germán le tuviese pena a aquel hombre poblaba mi cabeza, como si realmente entendiera el motivo...
Siguió narrándome la historia, pero con un tono bastante triste, capaz arrepentido. Nunca lo indagué, pero me causa una profunda incertidumbre la frase "Parecía que estaba muriendo él".
-Cuando me miró antes de sacarme su cuchillo puso una mueca de querer llorar, fue.. llamativo, pude sentir el remordimiento que tuvo, o me lo imaginé.-
- ¡Pero boludo te pegó un cuchillazo!¡¿Qué decís?! ¡Se cagó en voz, capaz está vendiendo todo lo que te robó para comprar pasta base!-
-No me robó nada.-
Volvió ese silencio denso e incómodo. Germán, lejos, era el que me provocaba mas intriga cuando callaba.
-Quedate tranquilo, estoy bien de salud. Después que se fue corriendo me caí al suelo y quede tirado no más de 5 minutos, grité con la poca fuerza que tenía y me levantó un remisero. No me acuerdo mucho mas, hasta que desperté en el hospital.
-¿Y no le vió la cara, ni algún rasgo?
-No, los que me atendieron en el hospital me dijeron que no pudo ver nada el conductor, entre que estaba todo sumamente oscuro y que no prestó atención.
-¿Vos pudiste ver algún rasgo llamativo?-
-Sí, que lo mencioné cuando tomaron lo de la denuncia. Ví que tenía unos tatuajes en la mano izquierda, la mano con la que me apuñaló. Tenía la silueta de la cabeza un foxterrier, en la inserción del pulgar en la mano y un "Diego" escrito en letra cursiva en la muñeca.- Cuando comenzó a describirme los tatuajes, fijó la vista en un punto al final de la sábana de la cama, como si hiciese memoria.
-Eso es un dato importantísimo Ger, ¿No pudiste ver nada más?.-
-No, no pude concentrarme, fue muy rápido el asalto.-
Quedó callado devuelta. Supuse que tenía que decir algo, cualquier cosa.
-Qué ojete que tuviste, che. Ese remisero te salvó la vida.-
Le dije esto mirándolo a los ojos, que seguían mirando el mismo punto, como si hacer memoria lo confundiera y perturbara. Presentía que no podía seguir estando allí con él, que era en vano hablarle, que su cabeza, remota, no podía seguir mi charla, estaba profundamente atrapado en la mirada de aquel hombre. En aquel entonces desconocía qué era lo que mantenía su mente en el delincuente, pero supe que tales reflexiones traerían alguna consecuencia terrible.
Me fuí, tomé el mismo colectivo que Germán usó antes del incidente. Llegué a mi casa confundido; no me había quedado clara la posición que Germán tenía con respecto al asalto, parecía defender al victimario. Me pareció correcto irme, aunque me quedé con muchas ganas de seguir hablando con Germán. Por esa razón lo llamé a los pocos días, pero me atendió su mamá (lo llamé al celular y me atendió ella), me dijo que no podía tener más visitas, que necesitaba descansar. Le dije que por lo menos, antes de colgar, que me cuente cómo se encontraba de salud. Me contestó que tiene un aparente cuadro infeccioso, que le podría comprometer la temprana recuperación que le aseguraron de un principio. Al colgar me enojé mucho. Yo realmente quería visitarlo.
La amargura que me dejó la inconclusión del tema de Germán me hizo sentir solo, impotente, incapaz de ayudar a un amigo. Me di cuenta que considero mucho a mis amigos, pero que esa necesidad no es mutua, que realmente carezco de fortaleza para afrontar ciertos momentos de soledad que, aparentemente, sólo yo padezco. Siempre fui de tener pocos amigos y de visitarlos esporádicamente, lo cual no implica que no los estime, pero uno aparenta tantas cosas que no son, tantos misterios que instrospectivamente tienen una misma respuesta.
Luego de una semana lo llamé devuelta, pero esta vez el celular parecía fuera de servicio. Intenté llamar a su casa, lo cual tuvo un resultado similar. Pensé que Germán o la madre, se habían enojado conmigo así que dejé a un lado el tema de su recuperación, pretendí esperar un tiempo hasta que las cosas se normalicen, que Germán se rehabilite, que su madre se tranquilice. Así que entre esos días recurrí a viejas amistades, en especial a un amigo que frecuenta boliches de electrónica de mala muerte y se gasta prácticamente toda la plata en drogas pesadas o desconocidas (la mayoría de las drogas que conozco las conocí en las múltiples reuniones que asistí con él). En ese mismo fin de semana me reuní con él el viernes y el sábado. El viernes es historia común y corriente: Estar en la casa de Coni (mi amigo) con su junta de drogadictos resignados al trabajo y pasar el tiempo tomando cerveza caliente. El sábado cambio todo. No tan solo cambió el lugar donde sus amigos se drogarían hasta no sentir la nuca, sino que Coni me comentó algo que cambió el curso de mi vida. Estábamos en Sutch, un bar muy decadente de Castelar, tomando algo rojo muy dulce (no me atreví a preguntar, supe que tenía algo raro pero no me quería enterar qué era, pues cuando me di cuenta de la rareza ya había tomado medio baso) cuando Coni me dijo:
-Eh, mono ¿Viste el baño de acá? Un loco se pasó en falopa y se cagó muriendo. El viernes pasado. Yo estaba pasando los visuales del lugar, para hacer unos mangos.-
-No ¿En serio? Qué lugar del orto che, no sabía que acá venían de esa gira. ¿Sabés algo del flaco?
-No, no. Se vé que estuvo mucho tiempo tirado en el inodoro, nadie lo rescató y murió en silencio. Era uno que no lo junaba nadie, capaz de Ciudadela o del Palomar por lo que escuché, pero no sé nada. Dijeron que era chorrito.
-¿Cómo sabés que era delincuente?-
-Porque ya lo tenían fichado de que choreaba por Haedo y Ramos, por lo que dijeron unos pibes-
Cuando nombró "Ramos" me recorrió un escalofrío por la espalda. Quizá fue el líquido misterioso, pero relacione que el presunto muerto fue el que apuñaló a Germán.
-Che, escuchame ¿Sabés si tenía algún rasgo con el que lo identificaron, algo en particular? Hablo de algún tatuaje o algo así.-
-Sí, me dijeron que tenía tatuada una mancha negra atrás de la mano y un Diego en la muñeca. Alto villero ese.-
Lo que había dicho Coni fue contundente, que si realmente hablaba del mismo hombre, el caso del asalto de Germán hubiese quedado "solucionado". Al día siguiente lo llamé a Germán, por su puesto. No lo encontré ni en su celular ni en el teléfono de su casa. Insistí mucho llamando a ambos números hasta que una mujer con voz honda atiende en su casa. Al primer momento no pude reconocer la voz. Pregunté si estaba Germán y la voz me contestó:
-Germán murió hace menos de una semana. No llames más por favor.-
-Espere, no corte. Quiero avisarle que encontraron al delincuente. Murió el viernes pasado por sobredosis.-
Esperé un momento, la voz seguía ahí, expectativa de algo. No resistí el silencio. Y tampoco contuve la pregunta:
- ¿Puedo saber de qué y cuando murió Germán?-
-Ya sabía lo del ladrón. Nos enteramos un día antes que Germán falleciera. Murió de la infección. En serio no llames más por favor.-
Cortó la llamada. Quedé obnubilado. No podía creer lo que me dijo la mujer, que era Estela. Se la escuchó muy triste y resignada. Fue algo tan repentino, una idea enorme y fugaz que no cabía en mi cabeza: la vida de mi amigo no valió mas que esos 22 años, cortos y memorables.
¿Cómo puede uno ignorar la muerte? Creo que es imposible. El significado tan grande que le damos a la vida no se esfuma sinó por un proceso doloroso como lo es el duelo y finaliza en el recuerdo. Tanto en tan poco. Me hubiese gustado decirle que lo apreciaba mucho, pero me tranquiliza mucho la idea de que él lo intuía. Después de todas esas charlas, todos esos años...
Fue una semana difícil, porque la idea de que Germán no estaba rondó por mi cabeza un tiempo, tanto fue así que tuve sueños con él, como si estuviese vivo. La constancia de este pensamiento asediaba mi cabeza, perdí el sueño pensando si realmente tenía un cuadro infeccioso, porque no se lo notaba cuando lo ví aquella última vez. También ahondé en la reticencia de Estela ¿Qué necesidad de tratarme así?¿Acaso, yo, tuve algo que ver con la tragedia? Como si me hicese cómplice de algo, de un motivo que tuviese Germán para morir...
Un martes, 2 semanas después de la dura noticia, tuve un sueño tan lúcido como aberrante. Estábamos en el patio de mi casa, con Germán, comiendo pizza y tomando cerveza, como solíamos hacer en las ocasiones especiales. La noche parecía tranquila. Germán estaba con la bata del hospital. Me habló de que se quedó pensando en lo que hablábamos, en que no soporta a la conciencia. Me dijo que es implacable, él no es capaz de vivir con el remordimiento, que ansiaba morir para esquivar su propio juicio.Me dieron ganas de llorar. De hecho lloré. Al despertarme lo corroboré al tocar mis mejillas y sentir la nariz aguada. En el sueño parecía libre de todo, como si ya hubiese hecho todo lo que pudo haber hecho en esa circunstancia.
Ese sueño me ocupó el pensamiento todo el día. "La conciencia" solía repetirme.
En algún momento del día, supongo que después de la caída del sol, estaba en el Uno, por Gaona. Me acordé del delincuente. Me lo imaginé como Germán lo describió, tembloroso, inseguro, perturbado y drogado. Me lagrimaron tenuemente los ojos, me recorrió un escalofrío por la espalda. Se me ocurrió que el delincuente también es víctima de lo que todos padecemos, que realmente tomó conciencia de que apuñaló a un joven, que sucesivas caminatas en la oscuridad, perdido, realmente atormentado por la idea de que algo ya no es por la culpa de él, que por el néctar de su droga le quitó la vida a alguien. Eso lo mató, eso es. Nada de la sobre dosis. Fue muy claro. Que la droga fue un medio, fue el vector por el cual la parte mas onda del inconsciente del hombre se manifestó, todo fue forzado a obedecer el mecanismo natural de las cosas, el remordimiento, la conciencia. El delincuente no pudo escaparle nisiquiera al momento que concretó el asalto, que su cuchillo atravesó el vientre de Germán, que según él, la tristeza del que lo intentó matar no se hizo esperar, la tormenta de su cabeza se hizo mas densa, las voces crecieron estrepitosamente hasta arrastrarlo a un bar, en Castelar, encerrarse en un baño y darse cuenta de una vez y por todas, cuanta potestad tiene la conciencia sobre él, cuán vulnerable es contra el remordimiento. Y así fué. Terminó todo para el delincuente, pero no para Germán, que fue involucrado involuntariamente en la muerte del hombre. Porque seguro que cuando Germán se enteró de que murió por sobredosis el malhechor, él sabía que también fue partícipe del suicidio, él era consiente que contribuyó netamente en el cargo de la conciencia del delincuente, que fue un artificio para que el remordimiento lo superara, que la regla otra vez fue inquebrantable y que inexorablemente lo incluyó en su muerte. Entonces Germán sufrió el mismo proceso, comenzó a deshacerse, a interpretar su remordimiento como el presagio de que su vida no podía ser nunca más vida, a perder el silencio en sí mismo, a cargar en su cabeza la culpa de una muerte, de ser el motivo de un suicidio inevitable y por sobre todas las cosas, bien sabía que no había escape a la conciencia.
Esta es la historia (más bien la reconstrucción de la historia) que Germán, un joven de 22 años, y muy buen amigo mío, vivió antes de perecer a manos de un delincuente.
Germán, al igual que yo, creía en la serie de leyes que les he comentado. Él, puntualmente, pensaba que la principal regla de la naturaleza consistía en que todo lo que haga cualquier tipo de cambio a la realidad, sentía sobre sí, la perturbación opuesta que generó; acción, reacción.
Él tampoco supo desde cuándo empezó a percibir esta regularidad, pero desde que conscientemente la relacionó con las espontaneidades de la vida diaria, comenzó a confiar más en esta especie de ley, extendiendo su uso a prácticamente todos los aspectos de su vida personal.
Es corriente que el hecho de hacerle un regalo a alguien, es mutuo, ya que si el obsequio gusta al agasajado, uno goza la gratitud ajena, de la misma manera que si no le gusta, la incomodidad es recíproca. Más generalmente, creía que si uno concreta alguna acción perjudicial a un ser querido, uno siente, en igual magnitud del mal concretado, el implacable remordimiento; toda interacción tiene un componente personal, un leve arrepentimiento omnipresente.
He cruzado conversaciones con Germán sobre este tema, pero nunca pudimos sacarlo del contexto del palabrerío de noches de vacaciones o charlas de colectivo, hasta que un día, con cierta convicción ajena a él, me invitó a comer en la pizería que solíamos ir en ocasiones especiales: me comentó que encontró la prueba metafísica sobre nuestra conjetura.
Así de loco. Pero cómo disfrutábamos esas charlas.
-Iván, vos te das cuenta de esto, y desde que te conozco siempre lo pensate, solamente que es un quilombo formalizar algo así, algo que es inverosímil a menos que en la explicación no quede ni un cavo suelto. Creo que por eso es difícil explicárselo a los demás.-
-Ger... vos sabés que son boludeces todo esto. Que tiene sentido no te lo niego, pero llegar al punto de querer justificar al mundo, y encima comentárselo a la gente... para mí es una gilada. Esto tiene sentido en conversaciones emanadas de la mente de dos giles de 22 años, no digo que seamos tontos, pero ponete a pensar en la magnitud de la abstracción de nuestra conjetura.-
Germán asintió con la cabeza, admitiendo de alguna forma lo que había dicho yo, así que seguí:
-Ponete a pensar lo loco que suena todo esto, suficiente que salga de nuestras cabezas, que quiero creer que están sanas... .-Como si se hubiese molestado, contesta:
-Pero no entendés, podés vivir con todo esto, una vez que te enterás del mecanismo, te sentís humano, simple, admitís que estás rendido a la parte de tu cabeza que no controlás. Todo el mundo piensa en estas cosas, se pregunta "¿Qué hizo el otro?", "¿Por qué hice esto?" y cosas así, esto es el fruto de la reflexión de todo el mundo y creo que la explicación es una boludés, es tan simple como... -.Lo interrumpí:
-Pera, no seas boludo, esto es un delirio ¿Cómo mierda podés explicar todo esto?, no hay pruebas, no hay forma de transmitir todo esto en una conversación con cualquiera, si pensás que... .-De la misma manera que yo lo frené, él tomó la palabra, pero con tono misterioso, y a la vez seguro:
-Sí hay prueba, y es la conciencia.-
Luego me toca la rodilla con el vaso de vidrio lleno de coca y sucio por los costados con aceite de la pizza. Lo miré a lo ojos de una manera desconocida para mí. Sentí una sensación extraña pero grata que mucho después descubriría como honra, honra por tener a un amigo con el que pudiese hablar de cualquier cosa. Luego, nos sumimos en un silencio lleno de preguntas, sentados en un par de reposeras, pero ignorándonos, sin saber que en ese momento, estábamos muy cerca de ese misterio en el que oscilan las reacciones de todos. Muy seguramente fue lo que nos inspiró mayor curiosidad y miedo en toda la vida, estar próximo a un secreto tétrico muy bien guardado, sepultado en los pensamientos de todos, la naturaleza misma de nosotros, lo que nos ocupa el espacio vacío en nuestra cabeza durante el día y nos repercute durante la noche; eso que regula al mundo.
Y más escalofriante aún, es pensar que todos deseamos, aunque no nos corresponda, conocer el porqué de los intereses y las relaciones.
Después de ese día nos vimos muy esporádicamente, ambos íbamos a la facultad y se complicaba congeniar horarios. Una lástima, porque la pasaba muy bien con él. Momentos que uno se olvida de apreciar por ser parte del mismo.
Seguí pensando en la conversación que tuvimos, y realmente consideraba que la reflexión de Germán era realmente válida, sinó, ¿Para qué existe la conciencia?. Realmente es (quizá no haya mejor explicación acerca de su origen) la consecuencia del dinamismo en sí de los sucesos; hay conciencia porque existe en todo momento una reacción para cada acción, y ésta, no es mas que la respuesta, la puja interna hacia el equilibrio.
Pasaron unos meses hasta que tuve noticia de él. Fué una noticia trágica en realidad. Me enteré una vez que tenía muchas ganas de hablar con él, llamándolo su casa. Me atendió su mamá. Siempre pareció una mujer un poco loca, obsesiva e invasiva con Germán. Pregunté por él cuando ella me preguntó qué buscaba. La mujer habló con un tono de voz un poco triste, y yo ya la ví venir...
"Lo apuñaló un hombre para robarle, en Ramos, cerca de la Gaona vieja, un día que hubo un apagón, hacía una semana. Él venía de la facultad. Lo levantó de la calle un remisero que pasó por ahí, gracias a dios. Ahora esta en el Posadas"
Cuando me subí al colectivo para ir a visitarlo, me imaginé a Germán casi sin pensar lo que le iría a pasar cuando bajase del colectivo, inocente, como todos. Nadie prevee el futuro que le corresponde a cada uno, o por lo menos no confiamos en premoniciones; un apagón no significaba nada, quizás una puñalada tampoco; hay indicios de cosas terribles que nadan en lo profundo de uno mismo y son leves susurros, tan tenues como reales.
El hospital es enorme, me tuvo que acompañar todo el recorrido Estela, la madre de Germán. Nunca supe en que ala del edificio nos detuvimos, quizás nunca dejamos el cuerpo central. Una vez que llegamos a su habitación, me senté a esperar a que se despierte Germán, junto a mi escolta. Ella intentaba sacarme charla, pero sólo hablaba de temas insípidos. Me limité a responder con muecas o monosílavos. Abusé de mi aparente timidez hasta que dijo una cosa que me llamó mucho la atención: -Me da una vergüenza cuando canta, parece que desvaría-. Se reía mucho cuando lo decía. - Últimamente viene cantando "Lo que no resisto es la conciencia, es la abuela que regula el mundo" o algo así, te digo que ya me lo sé de memoria mirá. Mi Germán-. La ví suspirar. Sentí que su exhalación raspaba su pecho como un arrollo de espinas al lecho; lento y uniformemente. Le seguí la charla, le dije que Invisible es muy buena banda, que capaz no entendía mucho lo que cantaba Germán porque las letras tienen un aire de surrealismo, también le dije que con Germán escuchábamos esa banda hace mucho. Terminamos hablando de que el abuelo de Germán había desechado todos los vinilos del flaco que tenía el padre. También me contó que la muerte del padre fue difícil para él.
Tuve una gran necesidad de hacer silencio. Por respeto a Germán, y al recuerdo de su padre. No me gusta cuando hablan de los difuntos. Salvo cuando habla alguien muy cercano, como un hijo. Siempre se tergiversan esas cosas. La identidad muere con la persona.
Nos dijeron que pasemos a la habitación. Germán lucía muy mal en la cama con la bata. Hablaba muy tranquilamente, decía las elocuencias de siempre, pero le costaba mucho reírse, ya que le causaba un tremendo dolor en la panza, según él. Después de descansar de esa risa dolorosa le pidió a Estela que nos dejase solos. Yo pensé que Germán estaba muy débil para mantener una conversación, pero evidentemente me equivocaría, porque Germán comenzó a relatarme cómo fue que se encontró con el delincuente.
- Mirá, yo volvía de Liniers, en el 302, eran las once menos veinte y Ramos estaba vacío. Lo más loco es que ¿viste la vueltita que da el bondi a la plaza antes de que pare?, bueno, ví toda la plaza iluminada, cuando toqué el timbre para bajar, se apagó todo. Me costó enfocar el suelo, fijate lo oscuro que estaba. Me fuí caminando para casa, con miedo, viste, pero tampoco creía que "algo" me iba a pasar, pero bueno.
-A unas cuadras de Gaona vieja doble para el lado de Carlos Calvo. Estaba tan oscuro, Ivan, no te dás una idea. Me desvié unas cuadras porque había una luz de la calle que titilaba, encaré por ahí para estar iluminado, que se yo, una pelotudés, pero bueno. En un momento me detuve a escuchar lo poco que se sentían los autos en la Gaona, algo que nunca pude apreciar. Me quedé pensando que, en la oscuridad, uno conoce mejor las cosas...-
Lo miré. Quedó perplejo mirando un punto fijo al final de la cama. Me asusté porque me imaginé las cosas que Germán hubiese pensado. Fue un silencio insondeable, como si lo conociese cada vez menos.
-Che, y ¿que pasó boludo?-
-Ah, emm, me quedé pensando en que justo mire un rincón muy oscuro. En ese momento sentí que nunca podría llegar al final de esa penumbra. De repente de ahí, sale un hombre grande, como si hubiese sido parte de la oscuridad y, al verme, se despegara del resto de su cuerpo negro y profundo, para tomar la forma de un chabón enorme y con una mano en su bolsillo, agitado y observándome, todavía anónimo por la oscuridad que lo recubría. Ví el contorno de su cuerpo mecerse con su respiración.-
Me recorrió un gran escalofrío. Me imaginé a mi mismo en esa situación, solo contra el misterio de esa sombra. Ya entrometido en la secuencia, sentí que mi corazón se alborotaba, experimenté alguna intuición de muerte a golpe de navaja. Desesperándome precipitadamente en silencio, busqué una salida a toda esa escena. Lo más impactante es que Germán fue el protagonista verídico de esa pesadilla. Germán me hace reaccionar:
-Eu, te estaba contando, no colgués así.-
-Hace un rato estabas igual.-
Llegué a la conclusión de que no podría llegar a aproximar la dimensión de lo que Ger pasó en ese momento.
- Bueno, las luces que me atrajeron siguieron titilando. A cada resplandor sentía que el hombre cambiaba de posición, como si su movimiento estuviese secuenciado. Se acercaba muy suavemente, como si no quisiera asustarme. A cada intermitencia podía observar parte de su rostro. Era medio morenito, con la cara un poco golpeada y curtida. Creo que se ponía nervioso por la luz, sentí que en la oscuridad encontraba la comodidad.Todo esto que te cuento paso en treinta segundos como mucho, fue rápido, pero fue una trama densa y lenta, llena de un pánico sordo. Es horrible porque todo el tiempo tuvo la mano en el bolsillo, y no sabía que mierda iba a sacar, encima se me acercaba cada vez más, y yo sin moverme, hasta que me dijo "Quedate quieto o te mato, la concha de tu madre". Se me acercó a los piques y me pegó el facaso. Duele como la concha de la lora.-
Le miré el abdomen, cerca del ombligo lo apuñaló el chorro.
- Pero sabés que cuando lo ví acercarse cerró los ojos. Puso cara de espantado. Tardó en sacarme la navaja del cuerpo, se quedo agarrando con firmeza mi hombro, muy cerca mío, temblando. Pude sentir su respiración agitada.Yo me la juego que no quería hacer eso, pero seguro estaba drogado, por cómo se tambaleaba y con la fuerza que se me tiró encima, no midió el movimiento. Fue muy torpe, como un animal muy grandote. Pero, Ivan, no te puedo explicar la cara que puso. Parecía que estaba muriendo él.-
Hubo un silencio, extenso y dudoso, como la incerteza acerca de que si realmente Germán vio eso o no. Creo que ni él sabe si sucedió realmente lo que contó; la idea de que Germán le tuviese pena a aquel hombre poblaba mi cabeza, como si realmente entendiera el motivo...
Siguió narrándome la historia, pero con un tono bastante triste, capaz arrepentido. Nunca lo indagué, pero me causa una profunda incertidumbre la frase "Parecía que estaba muriendo él".
-Cuando me miró antes de sacarme su cuchillo puso una mueca de querer llorar, fue.. llamativo, pude sentir el remordimiento que tuvo, o me lo imaginé.-
- ¡Pero boludo te pegó un cuchillazo!¡¿Qué decís?! ¡Se cagó en voz, capaz está vendiendo todo lo que te robó para comprar pasta base!-
-No me robó nada.-
Volvió ese silencio denso e incómodo. Germán, lejos, era el que me provocaba mas intriga cuando callaba.
-Quedate tranquilo, estoy bien de salud. Después que se fue corriendo me caí al suelo y quede tirado no más de 5 minutos, grité con la poca fuerza que tenía y me levantó un remisero. No me acuerdo mucho mas, hasta que desperté en el hospital.
-¿Y no le vió la cara, ni algún rasgo?
-No, los que me atendieron en el hospital me dijeron que no pudo ver nada el conductor, entre que estaba todo sumamente oscuro y que no prestó atención.
-¿Vos pudiste ver algún rasgo llamativo?-
-Sí, que lo mencioné cuando tomaron lo de la denuncia. Ví que tenía unos tatuajes en la mano izquierda, la mano con la que me apuñaló. Tenía la silueta de la cabeza un foxterrier, en la inserción del pulgar en la mano y un "Diego" escrito en letra cursiva en la muñeca.- Cuando comenzó a describirme los tatuajes, fijó la vista en un punto al final de la sábana de la cama, como si hiciese memoria.
-Eso es un dato importantísimo Ger, ¿No pudiste ver nada más?.-
-No, no pude concentrarme, fue muy rápido el asalto.-
Quedó callado devuelta. Supuse que tenía que decir algo, cualquier cosa.
-Qué ojete que tuviste, che. Ese remisero te salvó la vida.-
Le dije esto mirándolo a los ojos, que seguían mirando el mismo punto, como si hacer memoria lo confundiera y perturbara. Presentía que no podía seguir estando allí con él, que era en vano hablarle, que su cabeza, remota, no podía seguir mi charla, estaba profundamente atrapado en la mirada de aquel hombre. En aquel entonces desconocía qué era lo que mantenía su mente en el delincuente, pero supe que tales reflexiones traerían alguna consecuencia terrible.
Me fuí, tomé el mismo colectivo que Germán usó antes del incidente. Llegué a mi casa confundido; no me había quedado clara la posición que Germán tenía con respecto al asalto, parecía defender al victimario. Me pareció correcto irme, aunque me quedé con muchas ganas de seguir hablando con Germán. Por esa razón lo llamé a los pocos días, pero me atendió su mamá (lo llamé al celular y me atendió ella), me dijo que no podía tener más visitas, que necesitaba descansar. Le dije que por lo menos, antes de colgar, que me cuente cómo se encontraba de salud. Me contestó que tiene un aparente cuadro infeccioso, que le podría comprometer la temprana recuperación que le aseguraron de un principio. Al colgar me enojé mucho. Yo realmente quería visitarlo.
La amargura que me dejó la inconclusión del tema de Germán me hizo sentir solo, impotente, incapaz de ayudar a un amigo. Me di cuenta que considero mucho a mis amigos, pero que esa necesidad no es mutua, que realmente carezco de fortaleza para afrontar ciertos momentos de soledad que, aparentemente, sólo yo padezco. Siempre fui de tener pocos amigos y de visitarlos esporádicamente, lo cual no implica que no los estime, pero uno aparenta tantas cosas que no son, tantos misterios que instrospectivamente tienen una misma respuesta.
Luego de una semana lo llamé devuelta, pero esta vez el celular parecía fuera de servicio. Intenté llamar a su casa, lo cual tuvo un resultado similar. Pensé que Germán o la madre, se habían enojado conmigo así que dejé a un lado el tema de su recuperación, pretendí esperar un tiempo hasta que las cosas se normalicen, que Germán se rehabilite, que su madre se tranquilice. Así que entre esos días recurrí a viejas amistades, en especial a un amigo que frecuenta boliches de electrónica de mala muerte y se gasta prácticamente toda la plata en drogas pesadas o desconocidas (la mayoría de las drogas que conozco las conocí en las múltiples reuniones que asistí con él). En ese mismo fin de semana me reuní con él el viernes y el sábado. El viernes es historia común y corriente: Estar en la casa de Coni (mi amigo) con su junta de drogadictos resignados al trabajo y pasar el tiempo tomando cerveza caliente. El sábado cambio todo. No tan solo cambió el lugar donde sus amigos se drogarían hasta no sentir la nuca, sino que Coni me comentó algo que cambió el curso de mi vida. Estábamos en Sutch, un bar muy decadente de Castelar, tomando algo rojo muy dulce (no me atreví a preguntar, supe que tenía algo raro pero no me quería enterar qué era, pues cuando me di cuenta de la rareza ya había tomado medio baso) cuando Coni me dijo:
-Eh, mono ¿Viste el baño de acá? Un loco se pasó en falopa y se cagó muriendo. El viernes pasado. Yo estaba pasando los visuales del lugar, para hacer unos mangos.-
-No ¿En serio? Qué lugar del orto che, no sabía que acá venían de esa gira. ¿Sabés algo del flaco?
-No, no. Se vé que estuvo mucho tiempo tirado en el inodoro, nadie lo rescató y murió en silencio. Era uno que no lo junaba nadie, capaz de Ciudadela o del Palomar por lo que escuché, pero no sé nada. Dijeron que era chorrito.
-¿Cómo sabés que era delincuente?-
-Porque ya lo tenían fichado de que choreaba por Haedo y Ramos, por lo que dijeron unos pibes-
Cuando nombró "Ramos" me recorrió un escalofrío por la espalda. Quizá fue el líquido misterioso, pero relacione que el presunto muerto fue el que apuñaló a Germán.
-Che, escuchame ¿Sabés si tenía algún rasgo con el que lo identificaron, algo en particular? Hablo de algún tatuaje o algo así.-
-Sí, me dijeron que tenía tatuada una mancha negra atrás de la mano y un Diego en la muñeca. Alto villero ese.-
Lo que había dicho Coni fue contundente, que si realmente hablaba del mismo hombre, el caso del asalto de Germán hubiese quedado "solucionado". Al día siguiente lo llamé a Germán, por su puesto. No lo encontré ni en su celular ni en el teléfono de su casa. Insistí mucho llamando a ambos números hasta que una mujer con voz honda atiende en su casa. Al primer momento no pude reconocer la voz. Pregunté si estaba Germán y la voz me contestó:
-Germán murió hace menos de una semana. No llames más por favor.-
-Espere, no corte. Quiero avisarle que encontraron al delincuente. Murió el viernes pasado por sobredosis.-
Esperé un momento, la voz seguía ahí, expectativa de algo. No resistí el silencio. Y tampoco contuve la pregunta:
- ¿Puedo saber de qué y cuando murió Germán?-
-Ya sabía lo del ladrón. Nos enteramos un día antes que Germán falleciera. Murió de la infección. En serio no llames más por favor.-
Cortó la llamada. Quedé obnubilado. No podía creer lo que me dijo la mujer, que era Estela. Se la escuchó muy triste y resignada. Fue algo tan repentino, una idea enorme y fugaz que no cabía en mi cabeza: la vida de mi amigo no valió mas que esos 22 años, cortos y memorables.
¿Cómo puede uno ignorar la muerte? Creo que es imposible. El significado tan grande que le damos a la vida no se esfuma sinó por un proceso doloroso como lo es el duelo y finaliza en el recuerdo. Tanto en tan poco. Me hubiese gustado decirle que lo apreciaba mucho, pero me tranquiliza mucho la idea de que él lo intuía. Después de todas esas charlas, todos esos años...
Fue una semana difícil, porque la idea de que Germán no estaba rondó por mi cabeza un tiempo, tanto fue así que tuve sueños con él, como si estuviese vivo. La constancia de este pensamiento asediaba mi cabeza, perdí el sueño pensando si realmente tenía un cuadro infeccioso, porque no se lo notaba cuando lo ví aquella última vez. También ahondé en la reticencia de Estela ¿Qué necesidad de tratarme así?¿Acaso, yo, tuve algo que ver con la tragedia? Como si me hicese cómplice de algo, de un motivo que tuviese Germán para morir...
Un martes, 2 semanas después de la dura noticia, tuve un sueño tan lúcido como aberrante. Estábamos en el patio de mi casa, con Germán, comiendo pizza y tomando cerveza, como solíamos hacer en las ocasiones especiales. La noche parecía tranquila. Germán estaba con la bata del hospital. Me habló de que se quedó pensando en lo que hablábamos, en que no soporta a la conciencia. Me dijo que es implacable, él no es capaz de vivir con el remordimiento, que ansiaba morir para esquivar su propio juicio.Me dieron ganas de llorar. De hecho lloré. Al despertarme lo corroboré al tocar mis mejillas y sentir la nariz aguada. En el sueño parecía libre de todo, como si ya hubiese hecho todo lo que pudo haber hecho en esa circunstancia.
Ese sueño me ocupó el pensamiento todo el día. "La conciencia" solía repetirme.
En algún momento del día, supongo que después de la caída del sol, estaba en el Uno, por Gaona. Me acordé del delincuente. Me lo imaginé como Germán lo describió, tembloroso, inseguro, perturbado y drogado. Me lagrimaron tenuemente los ojos, me recorrió un escalofrío por la espalda. Se me ocurrió que el delincuente también es víctima de lo que todos padecemos, que realmente tomó conciencia de que apuñaló a un joven, que sucesivas caminatas en la oscuridad, perdido, realmente atormentado por la idea de que algo ya no es por la culpa de él, que por el néctar de su droga le quitó la vida a alguien. Eso lo mató, eso es. Nada de la sobre dosis. Fue muy claro. Que la droga fue un medio, fue el vector por el cual la parte mas onda del inconsciente del hombre se manifestó, todo fue forzado a obedecer el mecanismo natural de las cosas, el remordimiento, la conciencia. El delincuente no pudo escaparle nisiquiera al momento que concretó el asalto, que su cuchillo atravesó el vientre de Germán, que según él, la tristeza del que lo intentó matar no se hizo esperar, la tormenta de su cabeza se hizo mas densa, las voces crecieron estrepitosamente hasta arrastrarlo a un bar, en Castelar, encerrarse en un baño y darse cuenta de una vez y por todas, cuanta potestad tiene la conciencia sobre él, cuán vulnerable es contra el remordimiento. Y así fué. Terminó todo para el delincuente, pero no para Germán, que fue involucrado involuntariamente en la muerte del hombre. Porque seguro que cuando Germán se enteró de que murió por sobredosis el malhechor, él sabía que también fue partícipe del suicidio, él era consiente que contribuyó netamente en el cargo de la conciencia del delincuente, que fue un artificio para que el remordimiento lo superara, que la regla otra vez fue inquebrantable y que inexorablemente lo incluyó en su muerte. Entonces Germán sufrió el mismo proceso, comenzó a deshacerse, a interpretar su remordimiento como el presagio de que su vida no podía ser nunca más vida, a perder el silencio en sí mismo, a cargar en su cabeza la culpa de una muerte, de ser el motivo de un suicidio inevitable y por sobre todas las cosas, bien sabía que no había escape a la conciencia.
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