El ejercicio (de asimilar)
Es una tarde muy linda de octubre. Suena una sirena de bomberos a lo lejos. El sol, impotente, asedia con su rabia de mediodía a una madre y su hijo que tratan de cruzar la autopista por un paso bajo nivel. El sol no llega a tocar las palmas de la madre, que envuelven la mano diminuta de su hijo, de apenas un año. Lo que sí alcanza fulguroso son los ojos del niño, con una feliz mueca de amor insondable, aborda los ojos de la madre, como nunca antes.
Parecen no escuchar la sirena que oscila lentamente.
El sol no puede llegar a bañar todo el amor que siente la madre por su hijo, al igual que su palma.
El nene tenía en su otra mano un pequeño racimo de frutos de paraíso; pequeñas bolitas amarillas, de olor desagradable. Las agita con gracia, sonriendo.
Cuando el semáforo está por cambiar al amarillo, indiferente a la sirena que se escucha cada vez mas alta, el nene visualiza el racimo de bolitas proyectado en el suelo. El contorno en el suelo se mueve de la misma forma que el racimo que él tiene. Mira a la madre para ver que es testigo de toda esa simetría tan extraña; para colmo no tiene color ni volúmen, la silueta esta adherida al suelo.
El nene intenta pisar el racimo proyectado en el suelo, pero éste se le escapa. Intenta unas cuantas veces, pero frustrado mira a la madre por un consuelo o algún consejo que lo rescate de esa aparente ilusión.
La madre le contesta apaciblemente, con todo el amor que supo dar e ignorando adrede la sirena que se oye de fondo.
"-Es la sombra, hijo-".
El nene se ríe y abraza muy fuerte a su mamá. Cruzan la autopista apenas el semáforo esta rojo. Ambos sonríen bajo el sol impotente. La sirena, fracasada,nunca se atenuaría.
El sol no puede llegar a bañar todo el amor que siente la madre por su hijo, al igual que su palma.
El nene tenía en su otra mano un pequeño racimo de frutos de paraíso; pequeñas bolitas amarillas, de olor desagradable. Las agita con gracia, sonriendo.
Cuando el semáforo está por cambiar al amarillo, indiferente a la sirena que se escucha cada vez mas alta, el nene visualiza el racimo de bolitas proyectado en el suelo. El contorno en el suelo se mueve de la misma forma que el racimo que él tiene. Mira a la madre para ver que es testigo de toda esa simetría tan extraña; para colmo no tiene color ni volúmen, la silueta esta adherida al suelo.
El nene intenta pisar el racimo proyectado en el suelo, pero éste se le escapa. Intenta unas cuantas veces, pero frustrado mira a la madre por un consuelo o algún consejo que lo rescate de esa aparente ilusión.
La madre le contesta apaciblemente, con todo el amor que supo dar e ignorando adrede la sirena que se oye de fondo.
"-Es la sombra, hijo-".
El nene se ríe y abraza muy fuerte a su mamá. Cruzan la autopista apenas el semáforo esta rojo. Ambos sonríen bajo el sol impotente. La sirena, fracasada,nunca se atenuaría.
Lo que no sabe la madre es que a cada paso que ayuda a su hijo a dar en la calle, de por sí peligrosa, él destruye la cosmogonía autóctona de su cuerpo y heredada de la espontaneidad de todo lo que dejó el vientre materno. Cada paso destruye su naturaleza, cada sonrisa y abrazo lo acercan mas al mundo tangible de una forma inevitable.
El niño mas tarde se hace hombre y luego de un desencuentro que le costó su trabajo, se sienta desempleado en un banco, frente a una fuente, de una plaza muy bonita en plena primavera. En su descanso consecuente mira la cresta de un chorro de agua vertical que se impulsa desde la fuente.
Mira fijo y se concentra en la cresta blanca; el cenit de aquel chorro de agua.
Nota su gran altura, los movimientos que da empujado por el viento. La gran dispersión en gotas que éste tiene en su punto mas alto.
Estas gotas, como fragmentos de espejos, lo encandilan cuando el sol, ya despreocupado, se refleja en ellas. Como pequeños diamantes girando en el aire sin un propósito mas que caer.
Esa agua blanca en el aire, se vuelve verde cuando cae a la fuente luego de un pequeño lapso de tiempo. Los cuerpos blancos de las gotas se pierden en la inmensa masa de agua quieta.
Pero antes de caer se detienen, se dispersan en el punto mas alto. Entonces el piensa:
"No son como una flor, ni como el pelo de una mujer; todas son como una nube."
Queda en silencio pensando en lo que acaba de pensar. Recapacitando siente que tienen algo en común. Su respiración comienza a surgirle ningún efecto. Se nota a si mismo exacerbado, como si cada bocanada de aire no fuera suficiente. Sus ojos se tornan llorosos.
Mientras intenta salir de ese pánico sordo no puede dejar de mirar la dispersión de aquel chorro.
"Mientras mas detalle busco, mas caos encuentro", pensó.
El devenir del viento, la fuerza oportunista del sol, esa garúa que le cae en el rostro junto con el frescor de una briza, todo entra por ese abismo que siempre lo rodeó y esta vez lo supera y lo doblega.
A lo lejos se escucha la voz de una mujer:
-¡Cuidado, es sólo una sombra!-
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